Sandra Bear

Viernes 13 de Marzo del 2020. Se escucha a maestros y directivos de colegios: niños, llévense todas sus cosas a su casa, todos los cuadernos, no olviden los libros. El lunes no deben venir al colegio, hay un virus que es peligroso y deben estar en sus casas. ¿Sabes qué? Me desmayé, ¡me perdí la explicación!, y fue horrible, parecía dormida y mis amigas trataron de despertarme, no entendía nada. Fue innecesario dejar que se me cayera la cabeza en el pupitre y que me desmayara. Estabas asustada Carolina. Si, muy asustada. Varios encuentros se sucedieron durante la cuarentena, con intercambio de palabras, risas, preguntas, silencios, y de pronto un día, mientras jugaba un videojuego en el que debía evitar peligros para no perder vidas, Carolina me contó que se había desmayado. Estaba comenzando a darle lugar y sentido, al temor ante un peligro anunciado abruptamente, que además, no se ve, y que no pudo vivir con conciencia. Su continente colapsó ante aquel contenido, que ahora comienza a tener representación en sus palabras y en sus fantasías plasmadas en el juego y permeadas a través de la pantalla. ¿Puede perder vidas mi papá que sale todo el tiempo a trabajar?

Asumir la tecnología como puente para la comunicación, es tarea conocida para los niños de hoy en día, incorporarla para mantener el espacio analítico, es un descubrir de ambas partes, es un ir haciendo, ir construyendo el modo.

Los padres, o algún hermano mayor le ha explicado cómo usar la computadora o el celular, para sus sesiones. Aquí estamos, ¿nos oyes bien, la ves o muevo la pantalla para que puedas mirar hacia la mesita donde están sus cosas? Aquí tiene sus colores, las muñecas, plastilina, si se va la señal me avisas y ayudo a conectar otra vez. Voy a estar en la sala. La privacidad que nos brinda la madre de Sara, se valora y se agradece. Parte del encuadre externo queda en sus manos.

Nos miran en esa primera sesión a través de la pantalla, alguno experto ya con la tecnología, confiado y bullicioso, otro expectante, curioso, espera. Se sostiene del vínculo, del deseo de ser escuchado, mirado. El Ser del analista lo acoge y luego de los primeros momentos de adaptación, continúa su trabajo analítico, lo esencial permanece, la forma es efímera.

La pantalla se convierte en una ventana que le lleva oxígeno, que le permite ventilar sus penas, sus logros, sus momentos difíciles, sus buenas noticias. Nos mira, nos pregunta: ¿Esa es tu casa? y nos muestra la suya, su mundo. María muestra el rincón de su cuarto que le asusta, su muñeco favorito, la baranda de su cama hasta donde llega con sus pies porque ha crecido, el largo pasillo hasta el cuarto de su mamá, que se hace más largo en la noche. Carolina cuenta sobre los pajaritos que cantan para ella y me enseña el balcón donde les pone el agüita. Con la libertad y la confianza en su continente, enfocan con la cámara colores, pinturas, nos llevan con ellos a merendar y nos piden saludar a su perro.

Paralelo a este despliegue de mundo externo, solicitan, y exigen privacidad para su sesión, resguardan su mundo interno. Todavía no hables que mi mamá no se ha ido, voy a cerrar la puerta, dice Sebastián, estoy en el cuarto que más me gusta, está arriba, casi nadie viene para acá, me gusta más la sesión aquí porque donde estaba la primera vez mis hermanos me molestan.

El trabajo transcurre como en la sesión presencial, juegan, y van mostrando lo que hacen, o lo que construyen, pintan y van conversando sobre lo que dibujan, acercan a la ventana sus producciones, le dan vuelta para que veamos sus diferentes lados, sus detalles, nos ayudan a que los miremos bien. Nos miran a los ojos a través de la ventana, ¿estamos allí atentos?

Sara hace un collage de artistas y actores, los pega con mucha cola de pegar, intentando comprender la separación de sus padres, intentando aliviar su dolor y armar algo que dé algún sentido a lo inexplicable aún. A Natalia le gusta cocinar, me muestra sus delicias y las prueba para acercarme con su expresión a sus emociones, algunas dulces, ricas; otras de desespero y tristeza, es como una bola de masa de hacer galletas que no se despega de las manos y que no le puedes echar más harina porque se daña. Es una bola de emociones que no puedo sacármela y no puedo con ella y me da ganas de llorar. María se conecta a través de su celular, y a pesar de su corta edad, es ella quien debe organizar su encuadre, tener la suficiente batería en el celular, asegurar la conexión a Internet, cerrar o no la puerta de su cuarto, ella decide, su carácter voluntarioso le ha permitido sobrevivir entre tanto desorden y abandono. Pero el celular también estimula la fantasía de tenerme con ella cuando ella decide y requiere. Escuchar más allá de la técnica conocida, intuir cuándo ajustarla y adaptarla a las circunstancias que demandan contención con urgencia. ¿Estás dormida? Perdón, perdón, yo sé que es tarde, pero tengo mucho miedo. Sé que es de noche y debo estar dormida, pero no puedo. Mi abuela no me deja ir a su cuarto y mi mamá salió. Escríbeme porfa. Veo así como una persona, no sé si es hombre o mujer, aquí en mi cuarto. Yo soy una niña que desde que nació tengo sueños, me despierto, a veces hablo, no sé porqué. Háblame. La función reverie que se dá en el vínculo la acoge, la arrulla, la calma, la va incorporando a su ser, la necesita dentro de ella, ya que afuera es inexistente.

La pantalla, la ventana preciada que en tiempos de pandemia les permite seguir acercándose a su verdad, a su realidad. Algunas de estas verdades asustan, otras le dejan ver cuánto ha crecido, otras veces el silencio reina y tratamos de agudizar nuestros sentidos y llegar hasta ellos, como quien toca sin tocar, como quien escucha a kilómetros de distancia, como quien mira más allá de lo visible. Nos aventuramos a intuir a través de este recuadro maravilloso que nos conecta, y entonces decimos algo. Ella asiente, otra acalla el alboroto, alguno cambia de juego, otros dicen, voy a llevarle esto a mi mamá y otros de pronto desaparecen de la pantalla. Nos muestran a su manera que han escuchado, la palabra, el tono, el volumen, la cadencia, el gesto, la cercanía de nuestra cara a la cámara para ‘llegarles’, han escuchado nuestra disposición a contener lo incontenible por ellos. Lo agradecen, lo toman, se dejan contener a pesar de la distancia material, sintiéndose el trabajo cercano, por momentos casi nos olvidamos que la tecnología nos está ayudando a acercarnos en lo inmaterial, nuestro trabajo de siempre. A veces parece mágico, aún a pesar de la distancia física, se siente lo liviano en el ser del niño, cuando la palabra libera la verdad. No sé cómo explicarte, dice Sebastián, cuando salgo de la sesión lo veo todo diferente afuera, como si el tiempo está detenido, todo es más tranquilo, no me molesta, me gusta. A veces la verdad es difícil de pensar. Sara: mi papá se fue de la casa. Sebastián: el colegio manda mucha tarea, tengo que levantarme a las 6 de la mañana y pasar todo el día en la computadora, apenas 40 minutos para almorzar y tengo a mi hermano en el cuarto de al lado que grita y me molesta mucho, me duele la cabeza. Carolina: tengo miedo que mi papá se enferme de coronavirus, porque tiene que salir a trabajar, mi mamá ya no tiene trabajo. Natalia: mis abuelos son mayores y no los he visto durante toda la cuarentena, no podemos visitarlos, me dicen que los vea por la tableta, pero yo no quiero, no es lo mismo, eso me da ganas de llorar.

Llega el aviso de pronto terminar la sesión, aprovechan los últimos momentos, lo valoran, algunos dicen con contentura de niño grande, ya sé trancar la llamada, otros sonríen y esperan que el final lo marque uno. Finalmente, el acuerdo de volver a vernos por acá… yo sé, porque estamos en cuarentena.

Junio, 2020

Referencias:
Bion, W. R. (1962) Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires: Editorial Paidos.
Bion, W. R. (1963) Elementos de Psicoanálisis. Buenos Aires: Ediciones Horme, S.A.E.
García, A. (2013) Introducción a la obra de W. R. Bion. Madrid: Biblioteca Nueva.

Sandra Bear.
Psicoanalista Titular en función Didacta de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis (ASOVEP). Psicólogo, egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, con Especialización en Psicología de la Salud y Psicología Clínica Infantil en el Hospital J.M. de los Ríos
Psicoanalista de Niños y Adolescentes. Docente de la Universidad Católica Andrés Bello; colaboradora docente en los diferentes Posgrados de Clínica Mental y en la Cátedra de Pediatría del Hospital de Niños J.M. de los Ríos. Trabaja en consulta privada atendiendo niños, adolescentes y adultos. Actualmente, Directora por segundo periodo, del Instituto de Formación Psicoanalítica de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis (ASOVEP).

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