Mariano Horenstein 1

El título que nos convoca es una recreación, una inflexión del de un libro de Barthes -¿Cómo vivir juntos?– donde reflexiona sobre la vida en comunidad.

Solo que si esta tarde se proyecta hacia el futuro -y resuena allí un abanico de temas de la contemporaneidad más absoluta, que van mucho más lejos que el pequeño mundo de nuestras instituciones- aquí aparece retroactivamente proyectado al pasado: no cómo haremos, sino cómo hicimos para vivir juntos. Para crear y habitar esta publicación juntos, una comunidad de editores, autores y lectores de, a esta altura, algunos miles de personas inteligentes y curiosas, la mayoría de ellos psicoanalistas.

Sabemos que los psicoanalistas son una especie particular que, quizás demasiado acostumbrada a un trabajo solitario, se adapta mal a la vida con otros (de ahí tantas escisiones societarias, tantas querellas interminables teóricas o institucionales, tanto narcisimo de las pequeñas diferencias…).

Pero la perspectiva del ¿cómo hicimos? se justifica porque -parece una obviedad pero no lo es en absoluto- podríamos no haberlo hecho.

Antes de enumerar las que a mi juicio son algunas claves para que hallamos logrado llegar a este punto, quería contarles una frase que venía a mi mente cuando pensaba en esta intervención.

2 ¿Cómo fue que todo salió bien?

La frase proviene de un musical, luego una película, del genial Mel Brooks. Y también es el título de un libro de memorias de Al Álvarez, un gran crítico británico, marido de la psicoanalista Anne Álvarez: todo estaba servido para ser un gran fracaso… pero salió bien.

Todo conspiraba para que hoy no estuviéramos aquí, iniciando una ronda anual de festejos en toda Latinoamérica, el suelo de origen de Calibán. Y aquí hay algo a resaltar: Calibán es claramente una publicación con vocación latinoamericana. Luego espero poder decir algo más sobre esto.

Pero volvamos a la frase que les contaba: ¿cómo fue que todo salió bien?

Piensen por un momento:

– Calibán, lo saben, es la reinvención de la Revista Latinoamericana. Una revista que tenía escasa circulación, muchos ni siquiera sabían que existía. Aparecía por lo general cada dos años, en formatos, lenguas y estilos completamente diversos entre sí, sin un concepto claro detrás.

-Y no podría haber sido de otro modo, pues su director era el Director de Publicaciones de FEPAL, quien armaba un equipo ad hoc, que duraba dos años en su función, al cabo de los cuales se presentaba el número -por lo general uno solo, bianual- de la revista. Cuando cambiaba la gestión, se empezaba de nuevo el ciclo.

-Calibán es la publicación oficial del psicoanálisis latinoamericano, la publica FEPAL. Y FEPAL es una federación de sociedades, por lo general de distintas escalas y geografías, de distintas tradiciones editoriales y estilos de conducción. Hacer una revista que lograra darle cabida a esa diversidad de un modo coherente era y es un desafío.

-Que Calibán sea una publicación «oficial» es a la vez una gran ventaja (la principal: su viabilidad económica no está atada a la venta, siempre difícil para las publicaciones periódicas). Pero a la vez una desventaja (la principal: lo «oficial» por lo general se confunde con lo anodino, con la obligada corrección política, con cierto conservadurismo inherente a lo instituido, y nosotros tenemos instituciones, que son por definición conservadoras).

-Existen más que suficientes publicaciones. Solo en tierra psicoanalítica latinoamericana, solo ligadas a IPA, al menos una treintena. Lo digo con conocimiento de causa pues para inventar Calibán nos ocupamos de analizar varias decenas de publicaciones, de distintas regiones, de dentro y fuera de IPA. Si uno desea avanzar en una invención, no puede desconocerse la tradición. Y no por casualidad la revista se presentó en un congreso que tenía ese par de nociones por tema.

Claramente -en general, pero en el psicoanálisis en particular- se publica más de lo que puede leerse.

-Hacer una publicación no es sencillo. Sostenerla en papel, bi o trilingüe, con distintos equipos editoriales y editores sucesivos aun menos. Quizás no sea ocioso decir que la mayor parte de las publicaciones que se lanzan al «mercado» no pasan de su tercer número. Y Calibán cumple sus primeros diez años, con casi una veintena de números.

-Más cerca, cuando se nombraron tres editores y sus suplentes, ninguno estaba enterado y varios de los nominados no tenían ninguna experiencia editorial. Los del Norte renunciaron inmediatamente, la editora del Centro renunció poco después. Comenzamos con un «equipo» desmantelado -quedamos Raya, Laura y yo- apenas con un programa de buenas intenciones editoriales.

Entonces, ¿cómo fue que todo salió bien?, ¿cómo llegó a convertirse, en muy poco tiempo, en «el mejor modelo de revista psicoanalítica contemporánea», «con riqueza científica, fuerte caracterización regional, atractiva y artística, y muy impactante»…

Esta caracterización no es mía… Saben que hablar de una revista que uno ha editado puede ser un carnaval narcisista -como cuando uno habla de los propios hijos-, una obscenidad incluso, entonces me cuido… Pero esta caracterización no la hice yo sino el por entonces presidente de IPA, Stefano Bolognini, al verla. Y la cito porque no es habitual que un europeo, el lugar de la tradición incluso en el terreno de las publicacione, mire hacia una publicación de Latinoamérica de ese modo…

Entonces, si todo estaba encaminado para que Calibán fracasara antes de empezar, o se convirtiera en una publicación anodina, o no pasara de su tercer número, o fuera tan cambiante número a número que nadie hubiera podido adivinar una continuidad de estilo, un concepto editorial allí… ¿Cómo fue que todo salió bien?

Voy a enumerar algunas de las razones, pero antes permítanme una pequeña digresión, primero, y un breve ensayo de mitología personal después.

3 Una digresión: la tierna violencia de la creación

Otra de las razones por las que este emprendimiento editorial podría no haber salido bien tiene que ver con alguna oposición que acompañó a Calibán desde el inicio. No tiene sentido trazar su genealogía ni adivinar sus motivos. Solo cabe decir que fue absolutamente minoritaria, pero sostenida por esa clase de minorías que habla fuerte y genera la idea de que son muchos más de los que son. Los detractores tienen nombre y apellido, no vale la pena nombrarlos, pero hicieron que cada año de los diez primeros años de Calibán hubiera que justificar, una y otra vez, su existencia ante los presidentes de las sociedades latinoamericanas y las sucesivas directivas de FEPAL. Durante varios años me tocó a mí, luego a Raya, ahora le toca a Carolina, espero que cada vez menos. Créanme que fueron situaciones por lo general bastante desagradables. Por suerte, primó el coraje y la lucidez de muchos, mas que las mezquindades de unos poquísimos. Pero recordemos: este proyecto podría haber naufragado, podría no haber salido bien.

Les cuento esto no tanto porque me hace reparar en algo que creo central en el alumbramiento de Calibán.

Pese a ser una revista democrática, participativa y plural como pocas, amparada por una gestión de FEPAL (conducida por Leo Nosek) elegida democráticamente y que le dio un apoyo inicial absoluto, la aparición de la revista entraña quizás un gesto que no carece de violencia. La violencia inherente a todo acto creativo.

Calibán encarna, a mi juicio, un gesto amoroso, pero también, al mismo tiempo, encarna esa violencia necesaria. Hay una escena en El tercer hombre, en la que Orson Welles dice que en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, matanzas, guerras, …pero surgieron Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y el Renacimiento… En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz… ¿y cuál fue el resultado? El reloj cucú.

Crear siempre entraña alguna violencia. La irrupción de una nueva criatura atravesando el canal de parto, rompiendo membranas e inundando a quienes aguardan implica alguna violencia. La cirugía que lleva a cabo un cirujano para salvar una vida implica cortes, desgarros, violencia. El sexo implica alguna violencia, aunque más no fuera sublimada. Hacerse un lugar en un mundo ya ocupado por otros implica alguna violencia. Y la lengua materna, el orden simbólico que recibe a quien nace, imponiéndole un modo de nombrar, y así hacer existir las cosas, implica violencia.

La interpretación nuestra de cada día -aunque no sea salvaje- cada día implica algún grado de violencia también.

La nominación también implica violencia, pues siempre es el Otro quien nombra, en cada nombre -en el nuestro, en el de todos- se cifra un destino. Y allí se hace presente el deseo del Otro, que siempre implica -pues es del Otro- alguna violencia.

Tres nombres pujaban en el origen de Calibán: RLP, el que existía. Astra, propuesto por Nosek. Y Calibán, que propuse yo. Y voy a contarles de dónde, pues tiene que ver con ustedes, con Montevideo. El nombre importa pues un nombre implica un programa, y Calibán tiene un programa. Capaz de mutar, pero programa al fin. Si Calibán no se llamara como se llama, probablemente no sería la misma revista.

Calibán es un personaje monstruoso que aparece en La tempestad, tragedia de Shakespeare. Allí, encarna la visión que había del indígena latinoamericano en la Europa que acababa de «descubrir» América. Tanto que el nombre Calibán es anagrama de «caníbal», una de las formas más pregnantes de lo primitivo en el imaginario europeo. En la tragedia, Calibán resume las peores características de la especie, incluso nunca llega a hablar correctamente el inglés, apenas balbucea.

Partiendo de este personaje, varios pensadores irreverentes de nuestro continente hacen relecturas irónicas, lo reinventan. Con modos y estilos distintos, el cubano Roberto Fernández Retamar, los uruguayos José Enrique Rodó y Hugo Achúgar, el poeta de la Martinica Aimé Césaire hacen existir un Calibán distinto, uno que se atreve a ir más lejos que el mero balbuceo, que osa producir conocimiento original anclado en estas geografías olvidadas. Ése Calibán atrevido y valiente es el que elegimos finalmente, por consenso, como el nombre con que (re)bautizaríamos nuestra Revista Latinoamericana de Psicoanálisis.

Al editorial que me tocó escribir en el primer número de Calibán, lo nombré Manifiesto. Un manifiesto es eso, un programa de trabajo. Roberto Arlt dijo algo que me gusta citar, cada vez que aparecen -y siempre aparecen- los obstáculos: el futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo.

4 Mito de los orígenes

Un festejo implica siempre, en la tradición de la narración oral, que es la del psicoanálisis también, contar un relato. La historia se cuenta de distintos modos y el pasado muta, cambia cuando se lo cuenta: ése es uno de los grandes descubrimientos del psicoanálisis.

Entonces este encuentro es también la oportunidad de contar parte de esa historia, siempre algo mítica, el mito de origen de Calibán. Esa historia, en lo que me toca, tiene algo de encuentro azaroso y también algunas determinaciones no siempre claras.

Me interesa aquí dar cuenta de ese encuentro, que reconoce distintas estaciones, que contaré en orden lógico y retroactivo, más que cronológico.

Diez años atrás, en mayo, se reunió aquí en Montevideo el Consejo de Presidentes de FEPAL. Allí presenté el proyecto de Calibán, cuando aun tenía el estatuto de un sueño. Laura, con quien comenzábamos a conocernos, me esperaba afuera.

Ese mismo año, con tres números editándose al mismo tiempo, presentamos en San Pablo, en el Congreso Latinoamericano, el primero de ellos.

El año anterior, en México, en el Congreso de IPA, me había enterado que -sin haberlo pedido ni sabido antes- había sido elegido como editor de la nueva publicación de FEPAL, que aun no tenía nombre. Me comentaron en ese momento que mi nombre había sido propuesto por Nosek, y el de Laura Verissimo, mi editora suplente y compañera cercana de trabajo a partir de ese momento, por Marcelo Viñar.

El año anterior a ése, en Bogotá, en esas conversaciones de pasillo en los congresos, había escuchado por primera vez a Nosek -quien asumiría la presidencia de FEPAL- contar acerca del movimiento antropofágico, y su triple invocación a Freud. Tiempo atrás había escrito un pequeño ensayo llamado El Psicoanálisis según Calibán. Algo se unía allí, casi sin quererlo. Dos años después, al cabo de la presidencia de Nosek, esas dos tradiciones confluían en Calibán.

Fue cuando Nosek estuvo en Córdoba fugazmente que se llevó un número de una revista que dirigía, Docta, y fue ese encuentro lo que hizo que me propusiera como editor del proyecto que tenía en mente: crear una nueva publicación de FEPAL, abierta a artes y ciencias, interpelada por la contemporaneidad, independiente de las comisiones directivas de FEPAL. Pero fíjense: el primer número de Docta contenía el texto de un uruguayo al que acababa de descubrir, Hugo Achúgar, el uruguayo que me hizo descubrir la tradición hispanoparlante de pensar un Calibán irreverente, crítico, capaz de pensamiento propio. De Docta a Calibán, junto a Achúgar, entrevistado por Laura y Marta…

Si se fijan bien, no es casual que en casi todas estas estaciones -Montevideo, San Pablo, Ciudad de México y Rio de Janeiro (que es casi la capital de Calibán)- estamos desplegando los festejos este año. Porque Calibán es un ser monstruoso, proteiforme, que se asienta en distintos lados y muchas ciudades dejan sus huellas en él.

5 Marcas (o las razones por las que todo pueda haber salido bien)

Calibán aparece como un artefacto anacrónico (como el mismo psicoanálisis), en papel en un mundo virtual, pero a la vez es Inteligencia Artificial avant la lettre, una maquinaria editorial que aprende. Por la estabilidad y dinámica de su estructura, está diseñada como una revista en la que cada número puede ser mejor al anterior.

Calibán, intenta antes que nada ser una revista contemporánea. En ese sentido, inventa sus lectores, los convoca, y no da por sentado que siempre la tradición es un bien a conservar.

Así, refleja al Psicoanálisis en su doble faceta, en tanto discurso singular, pero al mismo tiempo abierto y poroso a otras disciplinas. Éstas no aparecen como mero snobismo cultural, y sino como exploraciones en donde vamos a buscar fuera lo que legitima, nutre y renueva al psicoanálisis de intramuros.

Calibán es mestizo de lenguas: el portugués incidiendo en el español y viceversa. También es mestizo de lugares y de tiempos (mestizo de futuro)

Fruto del encuentro, no premeditado, de dos tradiciones, una hispano, la otra lusoparlante, y en ese sentido, tremendamente latinoamericana.

Irreverente, osado (otra acepción de caníbal) y antropofágico: no hay nada que no sea capaz de deglutir y transformar.

Situado, regional, y al mismo tiempo cosmopolita.

Equipo editor, en ciclos distintos a los de las autoridades de FEPAL, independiente, se renueva: nadie queda en su lugar para siempre, quizás la mejor definición de democracia en términos de publicaciones. Pero hay un modo de transmisión amoroso allí, no burocrático: se pasa la posta a quien ha trabajado antes en la revista, y quien asume el lugar de editor, y de editor/a en jefe elegid@por sus pares, le imprime su marca.

Calibán es, podríamos decir, una revista de autor (como existe un cine de autor, lejos de la estandarización de la industria, lejos de Hollywood). Y aun albergando a cientos de autores, que nunca como hasta ahora en Latinoamérica contaron con una plataforma de difusión y discusión de sus ideas, el verdadero autor de Calibán es el equipo que la edita. Solo que es autor sin usar sus propias palabras, sino haciendo un montaje inteligente de las de los otros.

Por último, quiero decir algo acerca de estar reunidos de cuerpo presente, luego de tanto tiempo de vernos a través de las pantallas. Que hayamos venido de Córdoba, de San Pablo, de Rio de Janeiro, de Asunción, de Bs As, para estar aquí da cuenta de nuestra necesidad de encontrarnos.

No tengo nada contra el hecho de trabajar como avatares, algo que vamos aprendiendo a hacer cada vez mejor. Pero la presencia física importa, en la clínica, sin duda. Y mucho más aun, quizás, en los encuentros entre colegas. Es lo que nos saca de la experiencia de navegación en solitario que nos ocupa buena parte del día.

Es el mismo valor de la presencia física, de los cuerpos, en la clínica y en encuentros como éste, el que aparece en la presencia física de la revista, en papel, casi un anacronismo en tiempos de virtualización creciente.

Aun implicando problemas logísticos, costos mayores, más trabajo editorial, que Calibán sostenga su carácter físico además de virtual, es una de las claves de que las cosas vengan saliendo bien. Cada número, de ese modo, no es solo un vehículo de ideas, una plataforma de discusión. También es un objeto bello, un talismán, algo que nos da ganas de tener, provisto quizás de ágalma. Un fetiche, si se quiere, por qué no. Una colección de arte contemporáneo en sus tapas se acumula en nuestra biblioteca, crece, evoluciona, va yendo -viendo el panorama general, y aunque quede mucho por hacer- bastante bien.

Mariano Horenstein
Ex Director en jefe de Calibán

Notas

Notas
1 Presentado en la celebración de Calibán en su décimo aniversario, Montevideo, mayo de 2022. ¿Cómo hicimos para vivir juntos?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *