Marta Labraga
Estos párrafos fueron escritos a partir de una experiencia de estos días en que nos vemos enfrentados a lo que verdaderamente nos supera, porque estamos, creo, guiados por esos otros que llamamos los medios, en una situación oscilante entre la entrega a la catástrofe (y su fascinación oscura) y el ilusorio voluntarismo salvador del mundo. ¿Cómo podremos enfrentar – apartar la caída en la melancolía y el escepticismo pero también la caída en la ilusión de la desmentida o lo que Badiou llamó, tan bien, “cuidarse de los llamados perentorios” 1 a la vida y Daniel Gil “la forma más general de degradación de nuestra vida cotidiana: la desmentida”? 2
El único discurso que tendríamos que escuchar, nos dicen, es el de la ciencia, entre lo real y lo simbólico, con sus notaciones infinitas del desconocimiento, fundamentales y al mismo tiempo inagotablemente cambiantes y engañosas. Su mistificación nos puede hacer olvidar que hay otros muchos discursos y que el psicoanalítico que nos sostiene, está hecho desde el lugar incierto de una escucha reiterada de formas de la soledad y la vulnerabilidad donde vida y muerte se entrelazan permanentemente.
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La ciudad de Wuhan reabrió sus puertas y comenzó el retorno a la vida de las calles. Desde un noticiero las escenas que aparecieron me llevaron a escribir para salir y entrar en una angustia absurda, como todas pueden serlo. Los videos de ese día no volvieron a pasarse o yo no los vi y la fecha oficial de vuelta a las actividades fue el 8 de abril, apertura al movimientos de esa ciudad de gran poderío industrial, de 11 millones de habitantes enclaustrados y severamente controlados durante 76 días.
Por ahora Wuhan será el origen ignoto para la mayoría donde entre murciélagos, chanchos, mariscos, perros y gente de mercado apareció el mutante virus. Sólo alguna forma de archivo desclasificado mostrará en el 2050 o más, un resto de alguna verdad. Se me aparecieron unidas ‘mutante virus’ y ‘mutación civilizatoria’, familiarizados como estamos con la expresión a través de Marcelo Viñar y de M. Castells 3. El virus mutante vino, como otros muchos antes, a encajar muy bien en la civilización mutante, excesiva y explotada hasta la devastación de seres vivos y naturaleza, a la que en el presente parece arrasar.
“El presente es el más frágil de los constructos improbables. Podría haber sido diferente” 4
Por ahora Wuhan también fue entonces el lugar mostrado en las pantallas como el del fin de la enfermedad y la vuelta a la vida. Las cámaras, todas, al difundir las imágenes nos dicen en simultánea intrusión, lo que suponen que sentimos y lo que debemos experimentar. Las primeras escenas del retorno a la continuidad de la vida en Wuhan sólo parecían despertar alivio. Las miradas y las voces de millones vieron de nuevo la ciudad de altísima producción como nueva, eso hacía aparecer para muchos una luz al fin del camino de la pandemia. También el contexto de palabra era iluminador, el presentador decía que la calidad del aire en Wuhan mejoró sensiblemente con el aislamiento. La perturbación humana cesante mejoró el ambiente.
Pero sentí algo muy diferente a la voz del noticiero. Tal vez fue un pavor momentáneo, la angustia de la inminencia de una aparición inquietante que no se produce, algo que tendría que ser familiar y cotidiano, como era el video de una muy contemporánea estación de Metro de Wuhan que, sin embargo, se abrió de golpe en mí como una escena oscura y amenazante, ominosa. Muy cerca de la cámara, un joven chino, con mascarilla, tapabocas, desde una mirada ajena y huidiza, ‘nos’ habla con voz incomprensible y otra voz, con el ritmo fisurado de los doblajes ‘nos’ traduce : “Es muy importante empezar a salir”. Las Imágenes nocturnas eran curiosamente ocres y oscuras.
Vi perfiles fugaces de seres, pocos, que caminaban como vivos pero eran como espectros de muertos, una mujer de negro con la cabeza cubierta y con un prolijo bolso claro atraviesa el fondo de un corredor vacío y desaparece tras una columna. Los trenes (de ultísima generación que supe después eran orgullo de la ciudad) entrando a la estación filmados desde lo alto me parecieron esos trenes de juguetes antiguos, detenidos en el tiempo. Eran de una ciudad de muertos.
Y era Wuhan volviendo a la vida. Esta impresión me duró poco y después surgió el mundo entremezclado de las advertencias, ‘no deben abandonarse las precauciones’, ‘las posibilidades de rebrote y de epidemia no se han erradicado’. Y en mí también ese negro de muerte se tornó media luz: hay que esperar, seguir vivos.
Pero las preguntas siguen:
¿Las sombras del objeto perdido e ilusorio caían sobre el yo? ¿La melancolía buscadora de desgracias y catástrofes era mi guía en la mirada? ¿Qué luz veían los otros que yo no pude ver?. Pero aquella angustia repentina que me sacudió un momento no me engañó. Entonces ¿quiénes eran los que volvieron a salir el día de la apertura? ¿Cómo justamente evitar los bordes de la melancolía y del amor fati?. ¿Y acaso sabemos con certeza qué vida es volver a la luz de la producción inagotable, del capital despiadado, de lo inhumano demasiado humano y de qué otras sombras tendremos que cuidarnos? No sabemos nosotros quienes son los que vuelven y a qué mundo volveremos.
Un vaivén entre la esperanza y la ilusión de algunos momentos y la melancólica sombra de muerte de otros, estuvo presente en todas estas semanas que han pasado de la cuarentena. Nuestra condición también permanente debería ser aguantar el pretil, la incertidumbre y la amenaza y sostener encarnizadamente el deseo y no jugar a favor de la muerte.
Pero desde la vida mirar el abismo también.
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Nuestras formas de rebelión se acompañan muchas veces de una impugnación superficial a gobernantes o autoridades sanitarias mundiales que no son más que Otro al que dirigir el pedido impotente de un socorro seguro e inmediato. Pero nombro también los restos obscenos de Otro, de poder arrasador, que instaló hace muchas décadas la devastación del planeta entero, y ese sí puedo impugnarlo como mutante mortífero. Porque el deseo de poner fin a todo sufrimiento evoca la mirada dolorida y escéptica del Dr. Rieux en el párrafo que cierra La Peste de A. Camus: ( frente a los gritos y bailes de alegría en la ciudad liberada al fin de la epidemia) “él sabía que esa alegría estaba siempre amenazada … ellos no sabían que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás”… 5
Marta Labraga
Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Psicoanalista. Licenciada en Letras y profesora de literatura. Ha publicado varios trabajos en Calibán, RLP y fue editora de la sección Ciudades invisibles.