Luis Campalans Pereda
X- Estamos seguros de que esa asociación entre el psicoanálisis y una peste, atribuida a Freud y devenida luego emblemática, ha surgido en los días que corren y en más de una ocasión, en la cabeza de muchos analistas y conocedores del psicoanálisis. Lo menos que puede decirse es que si dicha asociación de Freud hubiese podido resultar escandalosa en 1909, no lo sería menos en este 2020 y por variados motivos, incluyendo los “políticamente correctos”.
Recordamos que por “peste” no solo hacemos referencia a una enfermedad o epidemia, catástrofe o calamidad, lo cual incluye al contagio que crea a los apestados, sino también a la pestilencia, es decir a lo que tiene mal olor, a lo apestoso.
Vayamos primero a la anécdota histórica, supuestamente acaecida a la llegada al puerto de New York en 1909, en ocasión de la única visita de Freud a los USA, para dictar sus cinco conferencias en la universidad de Putnam, Massachusetts; pero que en realidad habría que fecharla en 1955, cuando en Viena, Lacan dijo que Jung le dijo que Freud le dijo en aquella ocasión: “no saben que les traemos la peste”. Hasta entonces no se sabía de la existencia de dicha frase (no es, por ejemplo, referida por E. Jones, en su biografía de Freud)
E. Roudinesco (2012) dice poder establecer que esto fue, no digamos una simple y llana mentira, sino una suerte de versión o creación “surrealista” de Lacan de lo que Freud habría realmente dicho, cosa que también dice poder establecer, algo así como: “Se sorprenderán cuando sepan lo que tenemos para decir”. Una versión que habría servido como una suerte de estandarte francés y lacaniano para darle un fundamento subversivo al psicoanálisis.
Aquí se pueden hacer dos cosas: adentrarse en el callejón sin salida de la Verdad, en este caso de lo efectivamente dicho por Freud a Jung y por Jung a Lacan, o plantearse la validez de esa asociación entre el psicoanálisis y la peste como una metáfora y ver si se sostiene frente al rigor de la interrogación.
X- Por lo pronto, pensar que se trata solo de un rasgo o de una interpretación lacaniana es desconocer que ese carácter subversivo está bien establecido por Freud como una cuestión esencial del psicoanálisis y de la noción misma de inconsciente. ¿Subversivo respecto de qué? Pues en primer lugar respecto del discurso de la conciencia, de nuestro Yo oficial, que es lo que impone la norma y lo instituido como verdad y por extensión, subversivo respecto del discurso hegemónico de la cultura y del poder. Entre las referencias más conocidas, están los dos textos de 1917, donde Freud homologa el efecto de sus ideas al provocado por las de Copérnico y Darwin, quienes, recordémoslo, no fueron en sus respectivas épocas particularmente bien recibidos, por no decir que sus ideas apestaban.
Los textos de Copérnico estuvieron prohibidos por la Iglesia Católica por más de 200 años y su continuador Galileo Galilei fue condenado por hereje. Por su parte Darwin, temeroso de las reacciones que sus ideas provocaban tanto en la comunidad científica como en la iglesia, retrasó su publicación hasta el año de su muerte.
Son “las tres afrentas”, dice Freud, que hieren, golpean al narcisismo de la humanidad, a la soberbia, a la ilusión omnipotente del hombre de creerse amo de sí mismo y del mundo en el que vive; al antropocentrismo. Por el contrario, ellas dan testimonio de su inconsistencia, de su fragilidad, que como otra criatura más, está sometida a un real que lo desborda, como por ejemplo las catástrofes naturales y las pestes, testimonios de ese real, que también nos vienen a infligir sus “heridas narcisistas”.
Tal vez se tenía la arrogancia de creer que, debido al actual grado de desarrollo cultural, lo cual incluye la idealización de la ciencia como legitimante del discurso del poder, habíamos logrado dominar y controlar a la naturaleza, a lo real, a nuestro antojo y conveniencia; la arrogancia de creer que lo habíamos puesto a nuestro servicio. Es curioso, en esta trilogía, en esta puesta en serie que hace Freud, lo que viene a quedar del lado de lo que infecta, de lo rechazado o apestoso es precisamente la interrogación científica, lo que dejaría ver otro lugar posible para el discurso científico.
¿Porque razones entonces el psicoanálisis como disciplina y como praxis podría haber sido puesto por Freud del lado de una amenaza y no, por ejemplo, de lo que sería su antónimo: la salud o el bien-estar, aquello que supuestamente se esperaría de él en tanto que terapia? Excepto, que aceptemos la figura, el oxímoron, de una “peste saludable” lo que amerita la pregunta: ¿saludable para quien, cuando y en qué sentido?, lo cual ya lo cuestiona como un “bien común”, como algo para todos y para siempre.
X No es una cuestión menor reconocer aquí el peso de la milenaria tradición cultural, recogida por el psicoanálisis, en donde la peste está asociada a la culpa y al castigo divino; en donde tiene una suerte de doble papel, de punición y de expiación a la vez, lo que incluye a veces la figura del redentor sacrificial para salvar a su pueblo de la peste (Edipo de Sófocles, Moisés según propone Freud siguiendo a Sellin) La antología podría incluir también las flechas de peste de Apolo castigando a los griegos de la Ilíada, la ira de Yahvé enviando las 10 plagas a Egipto de la Torá y los cuatro jinetes terminales del Libro del Apocalipsis de San Juan. Relatos ancestrales que dan cuenta de la hominización de lo real como efecto de lenguaje, de la dimensión de la creación mítica y fantasmática, que es sobre la que opera el psicoanálisis, que siempre estará allí porque más acá de la información o el conocimiento científicos, siempre hay subjetividad singular y plural como condición de lo humano. De ella también forma parte el prejuicio, la discriminación y el odio que llega hasta el crimen: a los judíos, para variar, se los culpó de la peste negra, a los homosexuales del sida y tal vez los apestados y por ende apestosos, de turno, además de los chinos y los “negros” puedan ser también los viejos. Desde luego que esa dimensión fantasmática, a veces sustento de las diversas “teorías conspirativas” (siempre un recurso para intentar reestablecer la omnipotencia del Otro) no le quita un ápice a la irresponsabilidad, la negligencia y el ocultamiento de los diversos poderes mundiales, frente a una pandemia que había sido advertida y anunciada de diversas maneras.
Tal vez ello responda en parte a preguntas que nos interrogan con insistencia: ¿porque a los poderes, los estados y los gobiernos, que son los primeros aterrorizados y por eso aterrorizan, se les juega su prestigio y credibilidad en la defensa de la Salud pública, coincidiendo en ello casi unánimemente, más allá de sus diferencias de ideología, raza o religión? ¿Desde cuándo la Salud o la Vida fueron el ideal o el valor central del discurso del poder, con respecto a valores o ideales
como la Patria, el Rey, la Revolución o Dios, por ejemplo, y por los cuales además era un privilegio morir? ¿Se tornó ese discurso “altruista” y “humanista” de golpe? ¿Se trata acaso de un “progreso en la espiritualidad”, como diría Freud, por parte de aquellos mismos que alentaron o como mínimo toleraron la transformación de la salud publica en un negocio y la de los hospitales en empresas? ¿Porque en nombre de la protección de esa Salud pública se paga el enorme precio de la destrucción de las fuerzas productivas y del tejido social, empujando a la humanidad a una crisis socio-económica sin precedentes (en donde esta vez el capitalismo financiero será el ganador) que no hará más que ahondar la brecha entre ricos y pobres y cuyos efectos a mediano y largo plazo estamos aún lejos de poder atisbar? ¿Porqué, en suma, el remedio contra la enfermedad amenaza con ser más caro, doloroso y duradero que esta? Esto es parte de la novedad, de lo inédito, de lo nunca visto, es decir, de lo que escapa y desafía al entendimiento.
X Es posible ensayar como hipótesis, la emergencia, a modo de retorno de lo reprimido, de una “culpa universal” si cabe el término, en principio ligada a toda la sangre derramada y a la enorme destrucción realizada por parte de esos poderes, también de forma global y ecuménica, en el siglo que pasó y al cumplirse ya 20 años de un nuevo siglo sin haber visto nada de aquello. ¿Una especie de retorno, de insistencia de esa “culpa y castigo” colectivo de la que da cuenta la tradición histórico-religiosa? ¿De ese crimen y culpa “primordiales” de los que habla Freud? ¿De ese crimen y culpa “de existir” a la que se refirió Lacan, apoyándose en Heidegger?
A vuelo de pájaro y sin mayor rigor, entre los 60 millones de muertos de la segunda guerra, los 16 millones de la primera, más los millones que perecieron en las revoluciones rusa y china, más las víctimas de los genocidios, se puede calcular que solo en el siglo XX se masacraron, por parte de los poderes mundiales, unos 100 a 120 millones de personas, algo nunca antes visto en toda la historia de la humanidad. Y ello, además, en nombre de los más altos valores e ideales, cumpliendo su función legitimante y encubridora del aspecto más obsceno y feroz de una condición humana que no solo pasa de lo sublime a lo ridículo, sino también a lo siniestro. Una cloaca cuya tapa Freud (1930) vino a destapar, a denunciar y condensar en esa clásica máxima del romano Plauto que aquí nos permitiremos parafrasear con un “homen homini pestis”.
A propósito, el término “apocalipsis” habitualmente asociado al de “catástrofe” significa también “revelación”, lo cual nos entrega toda su riqueza. La peste deja ver a través del acontecimiento o el suceso lo que estaba detrás velado: la estructura simbólica y su fractura, su agujero central, de la misma forma que el psicoanálisis devela lo inconsciente a través del síntoma o del acto fallido. En los dos casos se revela la castración, la inconsistencia del Otro como lugar del saber y del goce, ambos supuestos; justamente la verdad que el discurso del Amo como vínculo social, el discurso común, mantiene reprimida, oculta. Una insuficiencia o ignorancia que es de estructura (y que a los gobiernos de turno les toca soportar) frente a la emergencia de ese oscuro objeto que viene a revelarla, de esa cosa que no está ni viva ni muerta y que el “virus” como término, como significante, viene ocasional y magistralmente, a representar.
X En un texto capital de 1915 llamado “De guerra y muerte”, Freud propone que nuestra civilización esta edificada en gran parte sobre una “hipocresía” sostenida en los ideales como formación reactiva; una hipocresía que no es necesariamente consciente o intencional y que además es necesaria, dice, para el funcionamiento “normal” de la cultura. Vaya esto como introducción a lo siguiente: no puede seriamente decirse, que esta pandemia “nos afecta a todos por igual”, que esta “pan” sea igualitaria o democrática en cuanto a su alcance en el “demos”; falso de toda falsedad, como dicen.
Hay a la fecha poco más de 300.000 muertos (con predominio de los mayores de 60 años) según la OMS, a causa del Covid-19 en los 6 meses de pandemia oficialmente declarada. Desde luego son cifras que impresionan, pero como todo dato estadístico hay que ponerlo a trabajar, cotejarlo con otros, para obtener diferentes lecturas posibles. Por ejemplo, si las cotejamos con las cifras del SIDA, según la misma OMS, estas siguen siendo prevalentes: 38 millones de infectados en todo el mundo; 800.000 muertos en 2018, pese a todos los adelantos registrados en prevención y tratamiento, respecto de los 1.700.000 fallecidos en 2004.
La comparación con las cifras del hambre, quien siempre cabalga a la par de la peste, es bastante más que odiosa, más que obscena o escandalosa, es nauseabunda, pestilente: según datos de la ONU mueren de hambre por año casi 9 millones de personas (24.000 por día) de los cuales 6 millones son niños. Pero estas horrorosas cifras del hambre no son desde luego suficientes, no justifican el frenar y adaptar la economía mundial para atenderlas, entre otras cosas porque son su efecto, su “daño colateral”; lo que incluso tiene un dejo despectivo, como cuando se dice que alguien “es un muerto de hambre”. Al igual y por las mismas razones que tampoco lo justifica, más allá de lo declarativo, la destrucción sistemática y global del medio ambiente, de la vida sobre la tierra.
Como era de esperarse, esas cifras espeluznantes se concentran en Africa, Asia y América Latina, tanto en términos geográficos como raciales. Aquí surge una pregunta meramente retórica: ¿qué hubiese sucedido con la epidemia del coronavirus si se hubiese confinado a estas regiones, tal como sucedió con el Ebola, por caso, y no hubiese afectado demasiado a los centros del poder mundial (Europa. USA, China)? De paso consignemos que a ellos les toca cargar con la parte más pesada de esa “herida narcisista”, de ese ego golpeado, de esa ilusión rota, del que se seguirá una crisis de confianza que tomará años cicatrizar. El resto del planeta, por así decir, estamos bastante más costumbrados a vivir en la incertidumbre cotidiana; con el San Benito en la boca, como se decía.
Hay entonces, hemos intentamos ilustrarlo, muertes y muertes, con total independencia de las cifras. Están las toleradas, las asumidas y establecidas como “normales” y están las intolerables y aterradoras porque son sorpresivas, inesperadas y cuestionan. Con muy diferente valor además de acuerdo al continente, raza y posición social
X Démosle también un lugar al hecho de que esa supuesta alegoría de Freud haya sido dicha arribando a los USA; no dejando eso a la casualidad sino a lo que ya en esa época representaba la tierra prometida del “sueño americano” y un espejo para el mundo. La actual peste viene a revelar su contracara, su “dark side”, su “America first” también en cantidad de infectados y muertos que, como sucede por regla, pagan los más desposeídos, dejando oler que algo apesta no solo en Dinamarca. ¿Acaso eso les enseñará que los médicos y enfermeros son más importantes que los soldados?
Recordemos asimismo que en su momento (eso sí está en Jones) Freud no pudo imponer la ruptura con una sociedad analítica que hoy mayoritariamente ha logrado no solo desarrollar una inmunización efectiva contra la “peste” psicoanalítica, reduciendo la “herida” a un simple rasguño, sino, mejor aún, incorporarlo a su “flora saprófita”, para usar una metáfora, es decir hacerlo contribuir al funcionamiento de ese modo de vida americano. Sabemos por ello que no podemos esperar demasiado de las posiciones “oficiales”, pero si podemos, a partir de la posición y convicción de cada analista singular, decidir que una cosa es el uso profiláctico del tapabocas y otra distinta el llevar una mordaza, más aún si es aplicada por mano propia.
Rescatar aquella esencia subversiva, “infecciosa”, del psicoanálisis, tal vez pase también por refrescar esa correlación entre la hipnosis y el efecto de masa que Freud articula en 1920 a propósito de la identificación; aquella que hace que todos marchemos para el mismo lado. Pero para intentar dar un paso al costado y reconocer en el lugar de los medios y las redes, la función de la imagen y la voz del hipnotizador, ubicado en el lugar del Ideal y del que emanan las a veces abrumadoras, contradictorias y hasta absurdas, órdenes y disciplinamientos “post-hipnóticos”.
X El psicoanálisis es incluso algo que puede, no digamos echar a perder, pero al menos no contribuir eficazmente a las “buenas intenciones” públicas (sobre las que siempre se montan otras, de muy diverso calibre) en tanto devela, y está lejos de ser el primero en hacerlo, que el deseo no se puede confinar, al menos no todo el tiempo. ¿Desde cuándo el deseo se acomodó bien con lo conveniente, lo racional, lo correcto y lo adecuado? Eso sin dejar de mencionar el lugar y la función de la prohibición como causa del deseo, cuestión bien establecida por Freud; ni de la amenaza de la muerte como causa del deseo de vivir; entendido este como algo diferente de un mero “no morirse”. Ello nos remite a ese pasaje final del mencionado texto de 1915 que, apoyándose en la divisa hanseática, la divisa de los navegantes, dice que justamente la vida se empobrece, pierde su interés, cuando la prenda más alta, esa vida misma, queda excluida de la lucha por el vivir, “cuando la máxima apuesta no puede arriesgarse”. Es impensable suponer que un buen medico vienés como Herr Doctor Freud pudiese recomendar que no se cuide la vida, pero nótese que su receta principal es que se la apueste.
Luis Campalans
(Mayo 2020)
Médico Psicoanalista. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Autor de Transmisión del psicoanálisis: Formación de analistas y Deseo: concepto fundamental entre otros libros. Publico trabajos en las revistas de la APA, en la Revista Uruguaya de Psicoanálisis y en Calibán.