Javier García Castiñeiras
Todos estamos afectados por la pandemia. Por las consecuencias directas del virus solo algunos pocos aun por estos lares. Impactados por una gran imagen de ficción, por un lado, y por una realidad material inimaginable, por otro. Oscilamos entre estas dos realidades.
La enfermedad, que es como un viento veloz, invisible, silencioso y con destinos desconcertantes, provoca a la vez otros efectos, secundarios a las medidas que tienden a limitar la rapidez de la trasmisión viral, que implica limitaciones a la vida social, laboral, económica y personal: nuestros afectos, el aislamiento y la incertidumbre económica. También, las consecuencias de percibir lo que nos muestra sucesiva e iterativamente la televisión y los medios en internet, de cómo este microorganismo, diminuto e incompleto para reproducirse, ha azotado en otros lugares lejanos y no tanto, ciudades multitudinarias y poderosas. Realidad cruel que nos llega abrumadoramente y que parece una narrativa de terror. Asia y Europa primero, en Wuhan China, Irán, Alemania, Italia, España, Francia, y América luego, Estados Unidos, Ecuador, Brasil, en fin, África. Imágenes y testimonios de una asfixia desesperante y velada. Quizás los efectos directos del virus, los infecciosos sobre el organismo humano, no sean aún tan generalizados e importantes en nuestro territorio como los efectos de aislamiento social, pérdida laboral, incertidumbres, miedo y angustia que, tanto la enfermedad como las medidas sanitarias, están provocando. Muy probablemente de acuerdo a cómo todo esto se viene dando en el norte, todas estas calamidades también en el sur se pueden agravar. Pero en algún lugar nos parece que nada de esto va a ocurrir aquí; que se tratará sólo de una gripe pasajera sobre la que se ha exagerado.
No obstante, estamos bajo el efecto del miedo, con la dificultad que tiene ponderar el peligro de algo invisible pero que sabemos que tiene gran habilidad de inyectarnos su genoma y, si esto no provoca enfermedad suficiente, la reacción inmunológica, que es nuestra defensa, puede también agravar las consecuencias de la infección. Paradoja de que lo que nos defiende del agresor al mismo tiempo nos pone la vida en peligro. Oscilando entre el desconocimiento, la incredulidad de que pueda afectarnos, por un lado y la vivencia de una invasión invisible e insonora que se ha apoderado de nuestra intimidad, de nuestros cuerpos, por el otro. Entre
que no existe el peligro hasta que el peligro nos afecte absolutamente, sin límite de tiempo. Vino para quedarse en nosotros y sin límite de espacios: no hay refugio posible.
Que esta pandemia ha sido creada para producir un efecto político-económico, biopolítico, como una guerra, una acción encubierta, secreta, de espionaje, un atentado, es una respuesta llamada conspirativa que siempre está a mano; asimismo, desprestigiada. Tenemos algunos datos históricos a considerar. Muchas si no casi todas las hipótesis conspirativas sobre crímenes, golpes de estado, desestabilizaciones, magnicidios e intentos de magnicidios, esas que siempre han sido descalificadas por su simplismo y paranoia, han sido sucesivamente reconocidas diez o más años después cuando el departamento de estado de los EE. UU. abre los archivos secretos de sus políticas y acciones. Cuando finalmente, se confirman aquellas dogmáticas ideas conspirativas, entonces nadie se sorprende, ni da razón con posterioridad de lo advertido, ni ningún estado ni organización internacional toman ninguna medida al respecto. Algo así como que era obvio y al mismo tiempo insignificante, lo terrible. Quiero decir que ni la formulación en su momento de una hipótesis así, ni el reconocimiento posterior de su veracidad, nos han servido para nada. No es que se trate de vivir en una pos verdad, pienso. Ha sido un patrón histórico, acaso acentuado tras la revolución de las comunicaciones como instrumento político. Se trata probablemente de cómo nos ubicamos frente a la mentira sostenida como verdad, repetida y descarada. Hoy dos grandes potencias o una superpotencia y otra que ambiciona serlo, se acusan mutuamente de implantar la epidemia. Es una dimensión que nos trasciende si bien nos comprende en sus consecuencias. En todo caso, nos vuelve a ratificar el alto grado de capacidades y eventos destructivos que la humanidad puede cometer.
Si nos escabullimos del virus o nos fugamos de otros seres humanos, como ocurre hoy para evitar el contagio, no parece diferente. Entre el otro que resguarda y es solidario y el otro que hostiga y arrasa, hay solo un matiz, apenas una variación del funcionamiento psíquico. Sin embargo, hay una distancia inescrutable en cuanto a lo que producen, y una proximidad ominosa por la vecindad de los funcionamientos. Espinoso distinguir entre lo ajeno-extraño que nos puede devastar y lo propio hecho ajeno igual de demoledor, aunque con el funesto agravante de provenir de un semejante: hermano-enemigo. Si la distancia de los funcionamientos psíquicos es muy pequeña, la posición ética está, sin embargo, en las antípodas. Ambos pensamientos necesitan, si es posible, proximidad y apropiación: hacernos
responsables de esa contradictoria y fácilmente disociable mixtura humana de odio- amor. Más aún, hacernos cargo de nuestra maldad. Cosa nada fácil.
¿Cómo nos afecta como analistas la declaración de cuarentena voluntaria pero de exhortación general o la cuarentena para mayores, junto a la exigida a quienes vienen de países altamente infectados o aquellos que estuvieron en contacto con personas infectadas?
Todas estas condiciones imposibilitan el trabajo con pacientes en nuestros consultorios. Podemos suspender el trabajo por 3 o 4 meses, como está siendo la duración de la epidemia en China, o más en caso de extenderse o replicarse en el tiempo. De cualquier modo la suspensión de los análisis no sería nada recomendable, por el contrario, tanto para los pacientes que lo requieren como para los analistas pues es nuestro trabajo. Está la opción de ofrecer seguir trabajando en línea, vía Skype, FaceTime, WhatsApp, u otras, tal como sucede. Todos o muchos tienen experiencia en que estas formas son posibles cuando ya hay un trabajo previo en transferencia. Es un desafío importante mantener los análisis en estos tiempos y es solidario a mantener la condición de los análisis, a pesar de estos cambios de encuadre relativos. Relativos, porque existen cambios reales e importantes del encuadre pero también disponemos de nuestro oficio incorporado más allá de lugares y muebles (algunos lo llaman encuadre interno).
Ciertamente, no estar en presencia real es una diferencia contundente, pero no siempre fatal. En lo personal me resulta un desafío interesante y la puesta a prueba de la plasticidad del analista en primer lugar y del analizando también, en sostener la escucha analítica y un modo de intervención que puede requerir modalidades diversas. Todo entendemos que siempre , en todo análisis, sostener una escucha analítica que abra lo dialogal hacia senderos que el analizante insinúe en sus trastabilles al hablar, olvidos, sueños, etc. Del mismo modo, que la eficacia de nuestras intervenciones es un desafío que depende más de la ocurrencia que del recurso al conocimiento técnico-formal.
Sin embargo, no estar presentes físicamente allí, con lo real de nuestros cuerpos erógenos, establece un desafío mayor a que la escena no se juegue solo en un nivel imaginario, soltado de lo real del acontecimiento de la sesión misma y del efecto simbólico que engarza algo de ese real. Con los riesgos posibles de un diálogo racional pseudoanalítico.
Sucede además, que cuando discutimos sobre los cambios de encuadre, el centro de la discusión se coloca tantas veces en aspectos formales de los sistemas de comunicación. De la misma manera que en la API pasamos años o hasta décadas discutiendo sobre la frecuencia mínima de sesiones semanales de los análisis.
También con la aparición de los nuevos modos de comunicación: celular, SMS, WhatsApp, Skype, Zoom, FaceTime, entre muchos otros, se ha deslizado la preocupación a algo formal. Si está bien o no que un paciente envíe mensajes por el celular avisando de que va a faltar o llegar tarde y si está bien que el analista le responda por mensaje de texto o Whats App, para mencionar solo un pequeño ejemplo. Nada de eso me parece demasiado importante a la hora de pensar los problemas actuales del análisis, acaso más bien un desplazamiento a lo nimio.
Pienso, por lo contrario, que el primer tema importante a pensar es el de la presencia real de ambos en el consultorio, contra la presencia virtual, por imagen en la pantalla o solo sonora. Que las palabras no tengan el mismo efecto de suspender la inmediatez de la acción pulsional, de diferirla desde la posibilidad real de su emergencia. En el encuentro virtual esa emergencia real de lo pulsional corporal no está directamente en juego. Si nuestro oficio se tratara de una actividad fundamentalmente intelectual, racional, pedagógica, no sería tan determinante la presencia real.
El tema de las relaciones virtuales nos enfrenta a un concepto que resurge y cambia con la revolución de las comunicaciones y lo transforma en un concepto tecnológico. Antes, lo virtual se oponía a lo real, pero al mismo tiempo tenía la virtud de producir un efecto. Ahora, como fenómeno tecnológico, le ofrece a quien lo usa una nueva forma de relación en el tiempo y el espacio, que trasciende a la realidad física y solo es capaz de ser posible en su carácter de virtualidad efectiva. Quiero decir, permite encuentros y actividades sin las limitaciones temporales y físicas de la realidad. No obstante, permitir estas actividades, disponiendo de la imagen visual y sonora interactuando, la falta de presencia física real o de la realidad de los cuerpos, establece diferencias no fáciles de ponderar y menos de universalizar. En mi experiencia, por ejemplo, me resulta muy difícil comenzar un análisis de forma virtual. Me parece que la experiencia real de estar juntos en la sesión hasta que se constituya una transferencia consistente es un requisito necesario. Pero lo es en mi experiencia, para mí y quizás no lo sea en todos los casos para mí y menos para otros. También, a partir de trabajos realizados, pienso que los análisis llamados concentrados se benefician con el agregado del modo virtual, entre encuentros
presenciales. Y aun cuando acentúo la importancia de una experiencia real en presencia de los cuerpos, en el caso de que no exista ninguna posibilidad de encuentro real, de igual forma el trabajo en línea puede resultar importante si permite acceder al análisis o a algo que se aproxime a él. Iremos haciendo experiencia caso a caso y pensando, siempre con la confianza en nuestro oficio y sin necesidad de disponer de reglamentos que establezcan ni cuándo ni cómo.
Más allá de las diferencias de los métodos comunicacionales virtuales usados hoy, en cuarentena, estamos en presencia de una de esas situaciones fuertes que involucran a la vez a analista y analizando. Ambos estamos afectados por el mismo acontecimiento y esa afectación ingresa al análisis desde el analizando pero inevitablemente también desde el analista. Estos temas de afectaciones mutuas han sido tratados en ocasión de otros sucesos críticos en el ámbito social.
Desastres climáticos, guerra, dictaduras y terrorismo de estado, atentados terroristas, movilizaciones populares y represiones policiales, crisis económicas, entre otros. Recuerdo haber leído sobre este tema ya a comienzos de los 70 en los trabajos reunidos en dos tomos compilados por Marie Langer: “Cuestionamos 1 y 2”. En ellos, recuerdo especialmente el texto de mis compatriotas Laura Achard, Alberto y Mirta Pereda, J. Carlos Plá, y Marcelo y Maren Viñar (1971). Plantean que una conmoción social entendida como la eclosión aguda de algo en el ámbito de la sociedad tiene el carácter de “hecho ineludible” (se refieren ahí al ejemplo de la muerte de estudiantes por la represión policial). Es un acontecimiento que afecta tanto al analizante como al analista, ambos copartícipes de la sociedad afectada (p.44). Plantean incluir el fenómeno social compartido en el análisis como objeto común al paciente y al analista (p.45). La forma de hacerlo (incluirlo, trabajarlo) queda explícitamente abierta en ese texto, dicen: “no sabemos que nos deparará en el futuro, pero seguir trabajando en ello es la manera de saberlo” (pág. 51). El acontecimiento común provoca miedos, angustias, dolor, duelos, entre otras cosas Todas ellas provocan asociaciones y repercusiones singulares en cada uno, necesariamente diferenciables al tiempo que ineludiblemente coinciden en una peripecia común. No fue sencillo en aquella época plantear una afectación compartida de analista y analizando, mucho menos cuando lo compartido era un evento social, que pudiera desviar el purismo radical del kleinismo rioplatense en la concepción de la transferencia-contratransferencia y el cuestionamiento a la tradicional interpretación mutativa de Strachey. Hoy las cosas por suerte (pienso) han cambiado dentro del psicoanálisis pero aun así cuesta entender que ambos,
analista y analizando estemos embarrados en la cancha donde se juega ese partido, la cancha de la sesión analítica, claro está, y la cancha del mundo donde ella se da y vivimos. Desde ese compromiso y afectación mutua, en abstinencia nuestra, el analista se rescata e interviene -en mi opinión- desde el reconocimiento interno de afectación por la vida, por el odio-amor, la destructividad y la vulnerabilidad, la transitoriedad de la vida y la inevitabilidad del conflicto y la angustia, es decir, en un sentido encarnadamente simbólico, de su castración. Esta es, la posibilidad que puede ofrecer el analista en su oficio, de girar desde una transferencia imaginaria a una simbólica. Esta es una forma de trabajo en transferencia sin ofrecerse imaginariamente como personaje de la escena transferencial. En esa escena y en ese mundo -esos barros- el analista se encuentra con su condición, ya advertida, de mezcla amor-odio, de conflicto en esa mezcla, de disfrutes, de angustia, de precariedad y, en consecuencia, en una posición de ansia y búsqueda que,con el paciente, deja en suspenso. Implica así la renuncia a poder responder al pedido y, al mismo tiempo y como consecuencia inevitable, la invitación de ocupar también ese lugar de partida, de búsqueda esperanzada.
Ciertamente gran parte de las sesiones en estos momentos de crisis se llenan de relatos vinculados a lo que está sucediendo socialmente. Imposible sortearlo. Es de una gravedad contundente, un “hecho ineludible”. No obstante, más tarde, cuando el analista puede descentrarse de ese personaje copartícipe, extraviado entre discursos anteriores y vacilaciones del relato actual, turbulencias, entre sueños, recuerdos, nombres y olvidos, tienta algo, un desvío, abrir algo hacia algún otro lugar que aún no parece claro cuál es, para que el paciente respire en el medio de esa perturbación otros aires y rutas posibles. Y se lance desde allí. Ocupar su lugar de sujeto que busca, es una operación crucial en ese pasaje de la transferencia imaginaria a otra simbólica.
De más está decir que nada de esto que sugiero tiene ni la claridad ni la meticulosidad ni el orden teórico de la aplicación de una teoría ni de una interpretación mutativa (Strachey, J; 1934).
Retomo al final las preguntas que me movieron a escribir: ¿cómo nos posicionamos hoy los analistas respecto a estos temas? ¿Qué preguntas se nos abren que podamos compartir y disentir?
Javier García.
Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Psiquiatra. Psicoanalista. Primer director del instituto Latinoamericano de Psicoanálisis y Premio IPA 2013. Ha publicado varios trabajos en Calibán, RLP
BIBLIOGRAFÍA
Achard, Laura; Pereda, Alberto y Mirta; Plá, Juan Carlos; Viñar, Marcelo y Maren. Crisis social y situación analítica. En: Cuestionamos 1. Mary Langer compiladora. BsAs 1971. Ed. Granica.
Strachey, James. On the nature of the therapeutic action of psychoanalysis. (La naturaleza de la acción terapéutica del Psicoanálisis).International Jornal of Psycho- Analysis, 25, 127-159.