Silvana Rea
A modo de introducción
Escribí este artículo sobre mi experiencia en consultas por Skype sin imaginar que seríamos llevados a migrar, de forma abrupta, del setting clásico al setting virtual. Como podrán leer, las angustias y asociaciones que surgieron en ese momento en este campo transferencial específico, reaparecen imperiosamente debido a la situación que enfrentamos con la pandemia COVID-19. El silencio, o la muerte, es el telón de fondo de nuestras consultas actuales. Después de todo, ante la amenaza de contaminación por el virus (o por el miedo) todos somos vulnerables; analistas y analizandos.
En el texto «La transitoriedad», escrito poco antes de las numerosas pérdidas de la primera guerra, Freud argumenta que el valor de la transitoriedad tiene que ver con la escasez en el tiempo. Es decir, la finitud, la percepción de la finitud y el duelo por lo que se fue. Vivimos en tiempos de excepción, comparados a estados de guerra y de calamidad. Estamos en aislamiento y la tecnología es la única posibilidad de sostener la atención a nuestros pacientes.
En tiempos de tolerancia al no saber, lo que sabemos es ya un duelo en curso, que no hay ningún lugar donde volver, ya que esta experiencia cambiará todo y a todos.
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Las performances del artista cipriota Stelarc anticiparon ciertas problemáticas del siglo XXI. Su proyecto artístico Cuerpo obsoleto denuncia la insuficiencia del cuerpo humano frente a las crecientes innovaciones tecnológicas. Para ello, a partir de 1980, se somete a extensiones corporales tales como el acoplar una tercera mano robótica o implantar quirúrgicamente en su brazo una oreja construida en laboratorio a partir de células humanas, la cual posee un módem conectado para transmitir, vía internet, aquello que supuestamente escucha.
Stelarc construyó un cuerpo cibernético que lleva, como consecuencia última, a que el concepto de lo humano sea redefinido. Nada muy diferente a las ideas de Antropología do ciborgue (Tadeu, 2000), que radicaliza la promiscuidad entre hombre y máquina con la pregunta: ¿quién necesita del sujeto?
Los avances tecnológicos forman parte de nuestra cotidianeidad y dan forma concreta a las utopías de fusión entre herramientas y cuerpo, permitiéndonos exceder los límites y modificar las subjetividades. Concordamos con Stelarc en que estamos próximos a redefinir lo que entendemos por humano; o cercanos a lo que Sibilia (2015) llama hombre post orgánico; un hombre guiado por la superación de la naturaleza, construido como ser hibrido y que tiene como meta ir más allá de su propia finitud.
Vivimos relaciones mediadas por imágenes, tal como Debord (2016) afirma en su libro visionario. Las experiencias virtuales que prescinden de la organicidad del cuerpo presente, de la materialidad del espacio y la linealidad del tiempo establecen nuevas modalidades de relaciones humanas.
La tecnología entró sin mayor ceremonia a nuestros consultorios: los pacientes nos envían mensajes por WhatsApp, muestran fotos en sus celulares en las sesiones y releen e-mails para reproducir conversaciones que tuvieron lugar fuera del mismo. Nuevo el hombre, nuevas también las demandas de comunicación de aquellos que nos consultan.
Empecé recientemente a atender por Skype a personas que se fueron del país mientras estaba teniendo lugar su proceso de análisis, por lo que el campo transferencial ya estaba configurado. Sin embargo, a diferencia de lo que me sucede en los encuentros presenciales, siento en el setting virtual una singular angustia en lo que refiere a una experiencia cada vez más rara en la contemporaneidad: el silencio. Curiosamente se trata de una reacción que es fruto de mi relación con los medios y no con aquel que atiendo: cuando se genera un silencio, me siento por algunos segundos sin referencias en las que apoyarme, no entendiendo si se trata de una falla técnica o de un legítimo silencio del paciente.
El silencio del paciente (Winnicott, 1963/1990) es legítimo porque alude a su derecho a no comunicarse. Algo que merece ser respetado y mantenido por el analista, puesto que es fundamental para el proceso de adquisición de la capacidad para estar a solas en presencia de la madre, esencial para el sentimiento de confianza.
Ello hace pensar en la angustia que surge por la desconfianza hacia el ambiente tecnológico, que me lleva a emitir algún sonido o a llamar al paciente por su nombre para confirmar la comunicación.
Son muchos los sentidos del silencio, y particularmente en un análisis. Barthes (1977-1978/2003) habla sobre la diferencia entre tacere, o silencio del habla y silere, o silencio de la naturaleza y de la divinidad. Mientras que el primero está ligado al poder, el segundo evoca metáforas. El analista hace silencio sobre sí mismo en beneficio del silere. El silencio del analista tiene función estructurante y de encuadre, telón de fondo sobre el cual el paciente puede hilar su trama transferencial. Acoge e invita a la apertura a los procesos de funcionamiento inconsciente (Green, 1979).
Y es justamente ello lo que se encuentra en riesgo en estos tiempos. El encuentro virtual con el otro mediatizado por los escollos de la tecnología, me genera dudas y me impulsa a manifestarme.
El silencio nos lleva a lidiar con la ausencia como negativo de la presencia.
En su momento ya Freud (1920/1969) nos mostraba con el juego del fort-da que la creación psíquica se genera para ocupar la falta por la ausencia del objeto, porque se trata de un “ida y vuelta” que promueve la construcción del mundo simbólico y crea, de ese modo, lugares de fundación del sujeto.
Sin embargo, no podemos olvidar que él también se sirve del juego del carretel para generar su reflexión sobre la presencia de la pulsión de muerte que opera en silencio, marcando el vacío de la ligazón. Un silencio anterior a toda palabra, a toda significación.
¿Sería ésa mi angustia? ¿Angustia de perder el objeto, el vínculo? ¿De perderme en el recorrido que va de lo próximo a lo distante del fort-da de la virtualidad en sesión? ¿De caer en la región de lo irrepresentable? De ser un Ulises que nunca tuviera su retorno a Itaca… La duda en relación con el soporte eficaz o fallante de los aportes tecnológicos, ¿en lugar de provocarme la sensación de que puedo ir más allá de mi finitud, amenaza con la sensación de muerte?
Se trata aquí de una situación que, si no es cuidada, podría obstruir el acceso a los procesos de funcionamiento inconsciente que sustentan un análisis. De todos modos, estas reacciones contratransferenciales estimulan el pensamiento reflexivo y accionan el potencial transformador de la pulsión de muerte que, precisamente, por su principio disyuntivo, promueve también la emergencia de formas inéditas. De este modo, la experiencia de la perplejidad momentánea recupera su movilidad, evidenciando que incluso en las sesiones a distancia la vitalidad del método psicoanalítico se encuentra preservada.
Muchas veces el setting es utilizado por el analista como protección frente al desborde y a la confrontación con lo informe. Una vez modificado, podría fomentarse el temor al colapso (Pontalis, 2000). Pero si bien mi angustia viabiliza un desborde que quiebra el silencio, también muestra la fuerza irreductible de los imperativos inconscientes de analista y analizando. Imperativos que comparecen a la sesión en busca de hendiduras por donde colarse, haciendo uso de aquello que se ofrece a su manifestación, en forma virtual o presencial. Surge así el sujeto, aún tocado y alterado en su estructuración identitaria por la tecnología. Es inevitable. La pregunta “¿quién necesita del sujeto?” se vuelve inoperante, puesto que la subjetividad atraviesa toda posibilidad de negarlo.
Los relacionamientos virtuales están hechos a medida del escenario contemporáneo, en el cual la búsqueda por relacionarse viene acompañada del temor a la carga y a la responsabilidad de una ligazón. Son “líquidos”, opuestos a la noción de compromiso y atienden, como dice Baumann (2004) a la necesidad de diluir las relaciones para poder sostenerlas. En este sentido, están a contramano del encuentro psicoanalítico.
Sin embargo, las herramientas tecnológicas son un hecho y pueden estar también al servicio del psicoanálisis. Nos corresponde a nosotros, los psicoanalistas, el asumir la tarea creativa de transformar el espacio virtual en campo transferencial, en potencial de ligazón, en locus de construcción simbólica, de producción de pensamiento clínico. Para ello es fundamental que el sentido del psicoanálisis esté encarnado en nosotros; de ese modo podremos dar apertura a la alteridad para ser interrogados por ella, sea la del paciente o la de la propia tecnología. El compromiso es más costoso en los encuentros no presenciales, pero, aun así, la tarea es nuestra.
Silvana Rea.
Sociedade Brasileira de Psicanálise de São Paulo (SBPSP)
Graduada en Cine y Psicología, Magister y doctora en Psicología del Arte del Instituto de Psicología de la Universidad de San Pablo (IPUSP). Fue editora de la Revista Brasileira de Psicanálise, y Miembro efectivo y Directora Científica de la Sociedade Brasileira de Psicanálise de São Paulo.
Referencias
Barthes, R. (2003). O neutro. São Paulo: Martins Fontes. (Trabajo original publicado en 1977-1978).
Bauman, Z. (2004). Amor líquido: Sobre a fragilidade dos laços humanos. Rio de Janeiro: Zahar.
Debord, G. (2016). A sociedade do espetáculo. Rio de Janeiro: Contraponto.
Freud, S. (1969). Além do princípio do prazer. EmJ. Strachey (ed.), Edição standard brasileira das obras psicológicas completas de Sigmund Freud (vol. 18). Rio de Janeiro: Imago. (Trabajo original publicado en 1920).
Green, A. (1979). Le silence du psychanalyste. Topique, 23(9), 5-25.
Pontalis, J.-B. (2000). Fenêtres. Paris: Gallimard.
Sibilia, P. (2015). O homem pós orgânico: A alquimia dos corpos e das almas à luz das tecnologias digitais. Rio de Janeiro: Contraponto.
Tadeu, T. (org.) (2000). Antropologia do ciborgue: As vertigens do pós-humano. Belo Horizonte: Autêntica.
Winnicott, D. (1990). O ambiente e os processos de maturação: Estudos sobre a teoria do desenvolvimento emocional. San Pablo: Artes Médicas. (Trabajo original publicado en 1963).
Trabajo publicado em Calibán, RLP . Vol 17, num. 1, aóo 2019, FemeninX