Cecilia Lauriña* y Cecilia Rodríguez**

Toda pregunta es un fracaso.
Toda respuesta es otro.
Pero entre ambas derrotas
suele emerger como un
humilde tallo, algo que está
más allá de los
sometimientos.

Roberto Juarroz

¿En qué momento y de qué manera se hace uno analista? El camino, largo y sinuoso, implica el tránsito por diferentes posiciones y experiencias en el trípode de formación: análisis, supervisión y formación teórica, siempre vigente con sus diferencias, tanto dentro como fuera de la Asociación Psicoanalítica Internacioanl (IPA, por sus siglas en inglés).

Los alcances y las dificultades en este proceso dejan claro que en la forma de transmisión misma del psicoanálisis, un tanto inasible, encontramos la vía de su desviación posible. Por eso es tan necesaria la reflexión permanente, y dado que en todos los vínculos humanos se ponen en juego relaciones de poder, consideramos importante la reflexión acerca de las distintas posiciones en las que los analistas ejercen el poder que su función les confiere, en los distintos campos de la transmisión del psicoanálisis. Los efectos son muy diferentes cuando se ejerce desde la autoridad o el autoritarismo, hacia el poder transmitir para impulsar el potencial de cada nuevo analista u obstaculizarlo en el intento.

Recordemos que Kernberg (1996) advirtió sobre las formas de destruir la capacidad crítica y creativa de los candidatos. Increíble que eso se dé en una sociedad constituida por analistas, pero lamentablemente a veces es así. Resulta impactante el informe que en 2016 nos envió una task force de IPA[1] a todos los miembros, evidenciando que muchos analistas se habían sentido maltratados durante su proceso de formación debido a la posición y la postura de algunos analistas didactas. Literalmente, dice:

Hay sentimientos generalizados de haber sido insultados, avergonzados, ignorados y maltratados por los sistemas de formación. Parte de esto se centra en la posición y la postura del analista didáctico como una fuente de daño potencial y representando la rigidez del conjunto del sistema de formación. La cuestión intergeneracional consiste por un lado en la posición de la generación de más edad, cada vez más rígida y petrificada debido a su ansiedad ante la pérdida y la supervivencia del psicoanálisis, y por otro lado el deseo, el entusiasmo y la pasión de la generación más joven por unirse en este proyecto, pese a sentirse maltratados, no escuchados e ignorados como la fuerza que da la vida.

Aunque sabemos que se refiere solo a algunos analistas ‒y, afortunadamente, no todos‒, el asunto que menciona “la posición y la postura del analista didáctico” es lo que nos ha llevado a abordar estas problemáticas desde uno de los ejes del trípode: la supervisión.

La supervisión

Consideramos que esta es “la vía regia” para des-cubrir aspectos fundamentales en la transmisión del psicoanálisis, tanto en lo que implica el trabajo con lo inconsciente como en la formación de un pensamiento clínico, del cual es su eje. Nada puede saberse de lo que sucede en la intimidad de un consultorio, pero la supervisión da la oportunidad de abrir la reflexión en tres campos:

1. del supervisando y su “paciente”, que, aún en posición de candidato para la institución, es el analista de su “paciente”.

2. el campo entre el supervisor y el supervisando, con lo que se produce en el encuentro que abre ‒o cierra‒ la posibilidad del trabajo con la experiencia de lo inconsciente.

3. el que se intuye sobre el trabajo del supervisor y su posición frente a la demanda de supervisión.

Entonces, nos encontramos con una situación para pensar en la transmisión del psicoanálisis y su relación con el saber y el poder.

Como vemos, el panorama es complejo. Las múltiples transferencias que se dan en el largo proceso de la formación analítica inciden en la complejidad de las relaciones societarias entre analistas y analizandos que hacen parte de la misma institución, y en la que cada uno se sitúa dentro de una jerarquía institucional (candidatos, adherentes, titulares, didactas). En relación con el poder, esto merece ser pensado una y otra vez. Pueden establecerse directrices para la formación psicoanalítica, pero lo que se transmite de diván a diván es inasible.

No obstante, es importante pensar el tema de la “posición y postura”[2] del analista, tanto tras el diván como en el sillón de supervisor.

Ahora bien, hay diferentes modalidades de supervisión y pocos testimonios acerca de la experiencia de los supervisados. Creemos importante abrir la reflexión para lograr una transmisión adecuada a la posibilidad de que el supervisando pueda ubicarse con autoridad frente a su paciente. Resonancias de nuestra primera pregunta: ¿cómo se hace uno analista?

No tenemos la respuesta, pero como dice nuestro poeta: entre los fracasos de las preguntas y los fracasos de las respuestas, intentaremos que emerja, más allá de los sometimientos, un humilde tallo.

Del poder al poder hacer

Piquerez Figueiredo (2016) citando a Foucault dice acerca del poder: “esa cosa tan enigmática, a la vez visible e invisible, presente y oculta, investida en todas partes” (p. 1).

¿De qué poder hablamos en psicoanálisis? De ninguna manera, el psicoanálisis es un “método peligroso”[3], pero lo peligroso del método radica en el encuentro íntimo entre dos personas, a una de las cuales se le supone un saber sobre, o acerca de, la otra. Lo peligroso, entonces, es lo que se hace desde ese lugar.

Fabio Herrmann (Herrmann y Herrmann, 2014) afirmó: “Quieren que hable sobre el poder, y hablaré sobre la intimidad de la clínica, porque en la intimidad de la clínica es donde reside nuestro poder. Sin embargo, para que pueda ser eficaz, ese poder exige del analista una especie de restricción, porque es brutal” (p. 83).

En este campo, lo que se juega entre el saber y el poder en transferencia, da posibilidad al descubrimiento e incide de manera muy importante en los análisis y, con ello, sin duda en la formación psicoanalítica o en la deformación de la misma.

Entonces, es necesario pensar el poder y su relación con el saber.

Freud fue capaz de abandonar el método hipnótico así como la sugestión, paradigmas del poder absoluto sobre el otro. Surge el descubrimiento y la conceptualización de la transferencia, herramienta sustantiva en la posibilidad de operar en la clínica, pero también un poder. Posición ética muy admirable que, en la regla de abstinencia, delimita el camino. La escena analítica misma pone en evidencia una asimetría entre el analista y el paciente, así como en la supervisión de un candidato.

Hay un poder necesario del analista-supervisor que dirige el tratamiento o la supervisión. Aquel que consulta se acerca con su malestar, síntoma, angustia o inhibición, y viene a pedir alivio. Necesita obtener respuestas, seguridad, resguardo. Del lado del analista, hay un poder analítico, y es necesario usarlo bien. El analista decide las coordenadas del encuentro, los detalles del encuadre y su disposición en la escucha tienden a ubicar al consultante en una posición de interrogación. Si se produce la demanda de saber, es necesario conducirla. El analista soporta y es responsable de ese poder, pero la práctica analítica misma no es ejercicio de poder. Lacan a lo largo de su obra se dedica a repensar la dirección de la cura investigando cuáles son los principios de su poder, siempre preocupado por la formación de los analistas, preocupado porque la ausencia de argumentación con respecto a la dirección de la cura hace que se decidan aspectos relativos a la técnica a partir de un criterio de autoridad sustentado en un poder dogmático.

Es esperable que el supervisor esté ubicado en una posición ética que limite el goce narcisista que da el poder de un saber supuesto para poder conducir al supervisado a reconocer sus tropiezos.

La escena de la supervisión y sus obstáculos

En el encuentro con el paciente, hay algo de sí mismo inaprehensible que el analista deberá despejar con otro analista. Es común que en un comienzo de supervisión haya un analista preocupado por su práctica, que puede buscar aprobación o respuestas certeras que calmen su inquietud. Si la figura del supervisor está muy idealizada, el supervisando puede transferir su sed de certezas poniendo al supervisor en el lugar del saber-poder, resistiéndose así a ir despejando sus incertidumbres, atravesando la angustia del no-saber. Quizás es la situación más usual y hasta esperable en el comienzo de una supervisión.

Sin duda, en su propio análisis podrán clarificarse las mociones inconscientes de sus propias experiencias analizando a otros y analizándose en los puntos en los que sus propias problemáticas hacen límite a su función de analizar. Pero la vía de la supervisión ayudará a hacer aprehensible aquello que con “su paciente” le llevó a intervenir de una manera u otra, abonando al desarrollo del pensamiento clínico y no solamente a “entender” la patología de aquel a quien analiza, así como también podrá darse cuenta de la manera en la que su propia subjetividad incide en los movimientos transferenciales de la sesión supervisada.

Así, el obstáculo que el discurso del paciente encuentra en el analista puede ser develado en el campo de la supervisión con lo que de transferencial surge en el encuentro del analista y el supervisor. Es este un encuentro de múltiples transferencias que se cruzan y articulan, y que tienen efectos en todos los que se implican. En el supervisando y “su paciente” y sin duda, también con el supervisor, en este otro campo en el que inciden los efectos del primero. Si se abre a la posibilidad de seguir sosteniendo las interrogaciones e incertidumbres, que llevan a ampliar toda perspectiva, se abona al trabajo analítico. Si, por el contrario, se estanca en lo ya sabido ‒por el analista‒, evitando lo sorpresivo que siempre puede surgir en cada caso, hay una posición que sin duda obstaculiza la escucha.

Son muchos los testimonios que evidencian situaciones en las que el supervisando se siente objeto de una evaluación en términos de un trabajo bien o mal realizado, en donde se impone una perspectiva, la del supervisor, en lugar de una comprensión de los movimientos transferenciales que subyacen en las dificultades del analista supervisado. En los casos en los que el supervisando sea un candidato en formación, debemos considerar situaciones en las que la relación con uno o con dos supervisores se extiende por un mínimo de año y medio o dos, a razón de una sesión semanal, con todo el peso que este vínculo tiene en el desarrollo del pensamiento clínico o, por el contrario, en la obstrucción del mismo.

Si el supervisor, haciendo uso y abuso de su goce en la posición de poder, se ubica como aquel que detenta el saber, encarnando una posición superyóica, facilita el infantilismo dependiente y olvida que ese poder, otorgado por la transferencia, es evanescente y que, como tal, es esperable que caiga. Su posición en cuanto a renunciar a las tentaciones del poder son determinantes en estas situaciones. En cambio, un supervisor ubicado en una posición ética que no hace gala del poder puede acoger la demanda del supervisando, en el entre-dos de la supervisión, posibilitando la investigación acerca del paciente y del funcionamiento mental del analista-candidato supervisado.

Si el supervisor no se descoloca de aquel que tiene y da todas las respuestas, obtura la experiencia del trabajo con lo inconsciente con un saber dogmático. Sostiene su poder en el supuesto de un saber omnipotente, obstáculo para ir desplegando la capacidad de escucha, en sí mismo y en el supervisando. La idealización del analista suele verse favorecida desde el lugar de prestigio que ocupa en la institución y, sin duda, por los efectos transferenciales de todos aquellos otros para quienes es “su analista”, dado que la red de analizantes dentro de la misma institución también incide en las relaciones que sostienen la estructura institucional.

Ahora bien, no es difícil pensar que aun con la singularidad de la transferencia en el caso por caso, un analista tenderá a colocarse en una posición similar en su función de analista o de supervisor. Quien es autoritario, muchas veces en la forma de paternalismo, tenderá a serlo en diversos campos. Quien es autoridad podrá acotar las tentaciones del exceso de poder para sostener la posición analítica propia y de sus consultantes.

Es esperable que el supervisor, respondiendo a su posición ética, se ubique como aquel que sostiene el buen uso del poder, el que permite mantener la interrogación abierta para que el supervisando vaya enfrentando sus dificultades, sostenido, contenido y acompañado en el proceso de ampliar su propia capacidad analítica.

En su libro Problemas de la práctica psicoanalítica, Edoard Weiss (1979) nos muestra a Freud en el papel de médico de consulta: “Siempre tenía Freud la prudencia de no dar demasiados consejos, y lo que tenía que decir, tenía carácter de sugerencia y nunca de encíclica. Siempre procuraba cuidar la propia estima de su alumno” (p. 12).

No se trata de lo mucho o poco que un analista sepa, sino de la manera en la que “usa ese saber” y la posición desde la cual se ubica al transmitirlo.

En el mejor de los casos, la presencia del supervisor suele ser una agradable compañía protectora que le da seguridad al analista novel y lo reafirma en el encuentro con su paciente.

Hay preguntas o indicaciones sencillas que hacen de despertador, que sirven para amaestrar las orejas, como dice Lacan (1964/1987) en el seminario sobre la transferencia.

A veces, con solo repetir una palabra o subrayar una frase, se destraba la escucha.

Moustapha Safouan (Safouan, Philippe y Hoffman, 1995) cuenta de su “análisis de control” con Lacan:

De él puedo decir lo mismo que Houda Aumont le confiaba a Roudinesco. De un modo general, siempre evitaba transmitir un saber constituido, no indicaba “una manera adecuada de hacer las cosas”. Trataba de comprender cómo funcionaba yo, y me obligaba a ser analista descubriendo de alguna manera mi “estilo”. Obligaba al otro a no ahorrar su propia singularidad y, al mismo tiempo, era riguroso en cuanto a principios. Todo podía hacerse o decirse, a condición de mantener con el paciente una distancia simbólica: por ejemplo, no aceptaba que se hablara de sí mismo a un paciente en cura. (p. 61)

Es imprescindible que en una supervisión vayan cayendo las idealizaciones para propiciar que el supervisando logre desarrollar su escucha, su pensamiento analítico, su “saber hacer” como analista.


* Asociación Psicoanalítica Argentina.

** Asociación Psicoanalítica de Guadalajara.

[1] Este comunicado llegó a todos los miembros de IPA en un mail de IPA, ipa@ipa.org.uk, enviado el lunes 23 de mayo de 2016 con el asunto: “Institutional Issues Task Force”, firmado por Shmuel Erlich (Presidente), Siv Boalt Boethius, Abel Fainstein, Elizabeth Fritsch, Mario Perini, Edward Shapiro.

[2] Entendiendo “posición y postura” en el sentido que estas palabras tienen en el informe de la Task Force.

[3]Aludiendo al título de la película A dangerous method, de Cronemberg, la cual trata de las relaciones entre Freud, Jung y Sabina Spielrein.

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