Una conversación con Julia Kristeva1

La extranjera

¿Por qué razón usted “se viaja”?

Como quizá haya advertido, en el título de mi libro2 hay un error en francés, porque en francés no se dice “yo me viajo”. Se dice me rebelo, me libero, pero se dice viajo. Cometo esa falta expresa, ese neologismo, para demostrar que se trata de un viaje conmigo misma a mi propio interior. ¿Y por qué? En primer lugar, para advertirle, para avisarle al lector que soy una extranjera y que al francés lo empleo como lengua extranjera, de modo que sepa que está abordando a una extranjera y que pueda buscar la extranjería en sí mismo. Primer punto. Segundo punto, ¿por qué “me viajo”? Es una cuestión que tiene una enorme cantidad de respuestas, pero la primera es que nací en un momento en el que el mundo bullía. Nací el 24 de junio de 1941; el 22 de junio la Alemania nazi había atacado a la Unión Soviética. De modo que pasé la infancia en un país que primero había estado ocupado por los alemanes y luego devino comunista, en aquella región del mundo en la que no se podía viajar. Se podía viajar por el interior del país, pero la idea de viajar era una suerte de absoluto, la libertad absoluta. Pero mi padre, que era creyente (mi madre era darwiniana y no quería discusiones entre ellos, pero era yo la que generaba la discusión), me enseñó que había que aprender lenguas extranjeras. Decía “hay que salir de este intestino del infierno”. Él llamaba a Bulgaria el intestino del infierno, decía que eso estaba en la Biblia. Pero yo no encontré esa frase en la Biblia, creo que la inventó. Decía: hay que salir del infierno, y hay una sola solución, aprender lenguas extranjeras. Entonces, primero fue el ruso, y después, el francés y el inglés. Entonces, en mi cabeza, yo ya me viajaba. Me fui construyendo con muchos espacios, muchas lenguas, culturas, etc. Esa fue la manera en que me construí. Y a continuación, recibí una beca del gobierno francés para hacer mi tesis sobre la nueva novela francesa, en París. Mi director de tesis me había enviado a la embajada francesa para aprobar un examen. Antes, cuando eras joven no había posibilidad de partir, había que ser viejo y comunista, pero el servicio cultural francés impedía partir a las personas viejas y comunistas. Mi director me había enviado a la embajada, y me habían dicho: “Muy bien, usted habla francés, parta, tendrá su beca”.

Roland Barthes, ¿era él quien la llamaba “la extranjera”?

Sí, él me decía “la extranjera”. Y Lucien Goldmann, que me quiso mucho. Ellos me recibieron en su seminario, y empecé a hacer una tesis, no sobre la nueva novela… porque al mismo tiempo conocí la revista Tel Quel, de Philippe Sollers; me escribía con una joven, porque los jóvenes prestan atención a los extranjeros, que me hizo conocer a Aragon, y Aragon me dijo: “Hay que hacer una tesis sobre el nacimiento de la novela”. Con mi tesis y con Bajtín, yo aportaba el postestructuralismo, porque no se trataba de entrar en una estructura, sino de viajar entre muchas estructuras y de ver el texto y el contexto, la estructura y la historia. Y haciendo ese trabajo, ya estaba en Francia, integrada en la universidad, y al mismo tiempo aportaba algo nuevo y tenía siempre la sensación de que esa apertura y la extranjería eran la única manera de sostener viva una cultura.

¿Cómo llegó usted, en tanto “extranjera”, a una disciplina como el psicoanálisis, que es una disciplina de extranjeros, en cierto modo, y una disciplina “extranjera” también?

En Bulgaria no se hablaba de psicoanálisis porque era una ciencia burguesa y decadente… Mi padre tenía un libro de psicoanálisis, de Freud, en cirílico. Pero no lo mostraba, yo no sabía que lo teníamos. Teníamos una gran biblioteca, lo habían puesto en el último estante, con los libros de Dostoievksi, que estaban prohibidos… Se descubrieron cuando murieron mis padres, hace unos años. De modo que cuando llegué a Francia, sabía que Freud existía, pero no había estudiado psicoanálisis y no conocía en absoluto de qué se trataba. Y fue con Philippe, que me mandó al seminario de Lacan, que comencé a leer a Freud, a Melanie Klein… Primero no entendía nada en el seminario de Lacan. Teníamos que ir con él a China. Éramos la primera delegación occidental en ir a China, el Grupo Tel Quel, en el 74, y Lacan tenía que ir con nosotros, pero no fue porque tenía una historia con la persona con la que iba a ir y…

Su “secretaria”…

Su secretaria, digamos. Hay un capítulo de mi novela Los samurais3 que cuenta la historia, cómo conocí a Lacan y a su compañera. Su compañera lo había ofendido, había estado con otro hombre, y Lacan estaba muy humillado, así que presenciamos las turbulencias entre Lacan y esa novia, que hicieron que no fuera a China. Así se entiende por qué no hice psicoanálisis con Lacan. Porque lo vi en esa situación, que era muy humillante para él, y yo no quería hacer su análisis, quería hacer el mío. Cuando volví de China, me decepcionó mucho lo que había visto. Yo hablaba chino, parecía tener los ojos un poco chinos, así que ellos me empezaban a hablar, y yo no respondía demasiado. Renuncié al chino al volver de China, y a la política, porque me preguntaba dónde estaba la esperanza de mayo del 68, en una cultura con una historia diferente, con la caligrafía, la escritura china, la implicación del cuerpo, el rol de la mujer en el taoísmo, etcétera. Quizás haya un socialismo diferente; he perdido esa esperanza. Y me dije que mientras estuviera viva, no podría hacer nada para cambiar el mundo. Y a la vez, estaba fascinada, nos mostraron a las mujeres. Era la época en la que Mao impulsaba a las mujeres y a los jóvenes contra la burocracia del partido para tomar el poder en el partido. Yo estaba fascinada por la relación entre las madres chinas y sus hijos. Me dije: “Tengo que convertirme en madre y ocuparme de los individuos, de las personas, y lo único que hay es el psicoanálisis”.

Después de ese viaje, decidió convertirse en analista…

Exactamente. Y a la vuelta de ese viaje fui a ver a Lacan y le dije: “Nos conocemos demasiado, usted no puede ser mi analista ‒no le dije que me había decepcionado‒.

¿A quién me aconseja?”. Y él me aconsejó… al señor con el que estaba su amante. Entonces le dije: “Yo no voy a entrar en ese harén”.

Mélange…

Mélange, sexualidad incestuosa, todo eso. Entre los exiliados de los países del este, estaba el padre de Peter Fonagy, Ivan Fonagy. Yo no conocía a Peter, ahora un burócrata…, pero su padre era un hombre increíble, fonólogo, lingüista, que había hecho un análisis con los discípulos de Ferenczi. Y le conté la historia con Lacan y me dijo: “Debería ir con los freudianos clásicos”, y me derivó a una mujer de origen alemán, que se llamaba Ilse Barande, que pasó a ser mi analista.

¿Una mujer, una extranjera?

Una judía extranjera.

No conocida, como Lacan.

Claro, no conocida porque yo no quería estar ni en la vida sexual de Lacan ni en la escena mediática de los intelectuales parisinos. Quería hacer mi análisis para mí.

Una muy buena decisión.

Sí, una muy buena decisión. Ilse es una mujer que ha hablado mucho de las relaciones precoces madre-hijo, y sobre todo del apetito de los neotenos, el niño y su deseo en tanto ser inacabado, que tiene necesidad de engullir el mundo y de estar satisfecho. Entonces, en la oralidad, la sexualidad, de lo que se trata es del hambre. Y ella tiene una noción: cuando la relación de la madre hacia el infante deviene patológica, la llama mèreversion4. En fin, así fue que comencé a hacer análisis, con ella.

Salir de la abstracción

¿Qué representaba hacer análisis en aquellos días? ¿Qué pasaba en su vida con esa experien- cia, con el análisis como experiencia?

Eso me sucedió… Vi los límites de la política como respuesta al malestar humano. Soy muy estricta en relación con eso, tengo la impresión de que toda la mutación que vivimos actualmente con Internet, con la globalización, hace explotar algo que quedó sensible después del 68. Es decir, que vivimos en un mundo generado por eso que Hannah Arendt llama la secularización, que ha cortado los lazos con la tradición religiosa. Ni dios ni maestro. La Revolución Francesa ha abolido a dios y la monarquía, y nosotros hemos creado una democracia humanista y secularizada, la derecha y la izquierda, el congreso, las elecciones, la democracia representativa, etcétera, y este sistema, que para mí era formidable porque es mejor que el totalitarismo, este sistema dejó de ser la solución. No sabemos cuál es la solución política. Pero me ha parecido, leyendo a Freud y en el diván de Ilse Barande, que el malestar del individuo puede ser acompañado, mejorado, transformado, y el psicoanálisis se me ha mostrado como el único compromiso posible. Primero, para vivir en este mundo y ayudar a los otros, pero también, y sobre todo, para mí misma. Es lo que le dije cuando ella me preguntó “¿Por qué hace análisis?”. Le dije que, en primer lugar, para salir de la abstracción, del lenguaje abstracto. Conocía bien el francés al llegar, pero lo escribía en conceptos, en teorías, y quería salir de la abstracción, acercarme a las pulsiones, al inconsciente, a la alquimia psíquica. Entonces, primero, para mí misma, hablar de otra manera, como si hubiera llegado a la saturación dentro del discurso teórico y hubiera que hacer otra cosa, ya veríamos qué, y sobre todo tenía la impresión…, y ella me preguntó “¿Cómo está usted con su…?”, porque yo hablaba de mi padre, que decía que había que salir del intestino, y me preguntó “¿Y su madre…?”. Le dije que tenía la impresión de haber tocado a mi madre como un globo toca el mármol, rebotando; que ansiaba mucho reencontrar a mi madre y convertirme en madre. La historia del análisis me ha permitido asumir mi deseo de maternidad. Yo no era como esas niñas que juegan con muñecas y quieren ser madres, yo era muy buena en matemática, aprendía francés, inglés, era una mujer erudita, y con el psicoanálisis tuve esa transformación también. Fue entonces que nació David, en el 75, e hice dos libros que llevan la huella del psicoanálisis5.

Es cuando está haciendo su análisis que descubre que quería ser madre y también convertirse en analista.

Exacto. Que quería escribir y, además, convertirme en madre y analista. Al derivarme a ver a Ilse Barande, Ivan Fonagy me orientaba hacia alguien que pudiera hacer de esa experiencia analítica un oficio. De ahí el ánimo de convertirme también en analista, de tener un compromiso que no fuera político, que no fuera religioso, porque no tuve tendencias de ese tipo entonces ni nunca, y que no me dedicara simplemente a la escritura. Quería tener una escritura diferente, pero no me veía solo con mi libro y en la biblioteca. Quería tener una relación humana.

¿Cuál es en su opinión el valor de la experiencia analítica? No solo para usted, para todos.

¿Qué nos ha dado esa experiencia?

Es muy individual. Creo que llegamos ahora, en este mundo globalizado, a otra paradoja. Todo es cada vez más global, generalizado, común; se piensa mediante clichés, todo el mundo se viste de la misma manera, las mismas marcas para todos, etcétera.

Esto, por un lado, y por el otro, cada uno ensimismado. Esa singularidad que puede dar lugar al narcisismo, pero que también veo desde un punto de vista muy positivo. La creatividad humana es singular, y ese es el objetivo del análisis, dar a cada uno su singularidad. Entonces, digo, es por eso que no puede darse una respuesta global a cuál es el valor del psicoanálisis hoy. Creo que se dedica a la singularidad de cada quien, la despierta y estimula para que uno pueda resistir la banalización de alguna manera. Hannah Arendt decía que, a fuerza de banalizar, los humanos hacen el mal. Entonces, el psicoanálisis es una manera de hacer salir a las personas de la banalidad, de otorgarles su singularidad. Estuve muy abierta en todo ese período, también, junto con el psicoanálisis, a la historia de las religiones, pero no para convertirme a tal o cual religión, sino para intentar comprender cómo funciona la necesidad de creer. Ese culto de la singularidad creativa, que para mí está inscrito en la historia de Europa, Grecia, el judaísmo y el cristianismo. Grecia, con el héroe que se viaja,que va hacia los dioses, que está en guerra con los dioses; hay toda una especie de mutabilidad en el hombre griego; y luego, los diálogos platónicos, a cada idea hay que desentrañarla. El judaísmo… quedé fascinada con la voz que le habla de la zarza ardiente a Moisés y que dice “Yo soy el que es…”, pero dice “Yo soy”, y no da ninguna definición. Tú, Moisés, tú vas a buscar en las pruebas, etcétera, pero vas a buscar tu definición, tu manera de ser, con los tuyos. Y la incitación que se propone al pueblo judío de ser un pueblo de individuos: un conjunto que, sin embargo, cultiva sus creaciones. La verdades singular, es demostrativa. Cada sesión es una poética y cada persona es una poesía, no hay experiencia alguna que se compare a otra, y es lo que intento hacer. Evidentemente, hay un montón de clichés, de cosas banales, pero hasta que no se encuentra lo incomparable de cada uno, no se hace un análisis. Incomparable amor e incomparable odio, porque un análisis sin analizar la relación, la transferencia negativa y la pulsión de muerte tampoco es un análisis.

Usted ha dicho que la literatura y el psicoanálisis son la misma cosa…

No sé si son la misma cosa, pero se parecen bastante. En el momento en que comienzo el análisis, hago el trabajo de escuchar la singularidad de cada relato, de cada asociación libre; cada uno cuenta su novela y cada persona sobre el diván se convierte en escritor, inédito, en borrador, pero intentando reconstituir, con su anamnesis, la historia familiar. Sabemos bien que cuando los analizantes no pueden hacer un relato, cuando están en la fragmentación, hay un problema de defensa o hay un problema de aislamiento obsesivo, incluso de clivaje, y cuando se llega a reconstituir la historia familiar, la propia, el análisis se hace un poco más fecundo. Entonces, la capacidad narrativa es algo importante en la evolución del análisis, pero hay muchas diferencias también. Por ejemplo, nosotros, los psicoanalistas, estamos siempre en potestad de deshacer, de efectuar la retirada en relación con la asociación libre y de dar una interpretación que remita a la teoría freudiana de la contratransferencia, pero al mismo tiempo se conserva esa vigilancia que es la ética del psicoanálisis y que no está en complacencia con lo bello y con la narración, siempre está eso que llamo ética, que no es una moral, algo que Freud ha tenido siempre como guía en su trabajo, el modo de supervisar, de no dejarse seducir ni por la compasión, ni por el erotismo ni por la violencia, pero permitiendo al otro buscar su propia ética, sin imponer la propia. Yo proponía como tema de mi conferencia: Preludio a una ética de lo femenino6. ¿Por qué la ética? Porque el psicoanálisis es un ejercicio de singularidad y es solitario. Y allí también hay una diferencia. No solo tenemos una ética que nos permite mantenernos aparte del relato, sino que permanecemos en una soledad.

¿Pero se trata de un ejercicio para usted?

Es una experiencia.

¿Tiende a pensar el psicoanálisis más como una ciencia o como un arte?

Ni lo uno ni lo otro. Es una experiencia única. Es una experiencia única porque tiene una parte de arte, justamente el relato, la capacidad de narrar, de utilizar diferentes registros del lenguaje. En mi trabajo, antes de conocer a Ilse Barande y también cuando estaba en análisis, mi aporte a la semiótica, a la teoría era considerar, contra Chomsky y contra Saussure, que la lengua no es un sistema, con sujeto, verbo, predicado o con tal o cual estructura fonética; no es algo estructuralista ni generativo. Todo eso existe, una lengua tal y el sistema de la lengua, que yo llamo lo simbólico. Cuando el niño aprende a usar las reglas de la gramática, a construir argumentos, entra en una dimensión extremadamente importante en la comunicación, pero eso no es todo. Hay una dimensión que he descubierto, que llamo semiótica, que abarca las emociones, los afectos y el modo en que ellos se codifican a través de los elementos del prelenguaje: el silencio, los ritmos, las entonaciones, los gritos, las repeticiones; todo eso que conforma la ecolalia del niño, todo eso que es prelenguaje y que la poe- sía utiliza, buscando ritmos, asonancias, y que remite a la relación precoz madre-hijo. Y bien, yo ya estaba obsesionada por ese filo que Melanie Klein había abordado y analizado, y por los trabajos de Hanna Segal sobre la pulsión depresiva y el ingreso del niño al lenguaje. Pero todo eso que es prelenguaje es lo que el paciente nos aporta, y, entonces, cuando escucho al paciente no está solo la comunicación que pasa por sujeto, verbo, predicado y el relato, sino también todos esos signos preverbales, entonaciones, ritmo, que remiten…

A la música…

Exacto. Lacan emplea una palabra que he descubierto recientemente, él habla de lengua rota. Como rompo el pan, así. La lengua rota. Es decir, las cicatrices del lenguaje, los estados en que la lengua tiembla, en el lapsus, al inventar una palabra o al hacer un gesto en el análisis, sobre el diván, todo eso que es del orden de la semiótica y no de lo simbólico, y que remite, justamente, al sentido y no a la significación. A todas esas dimensiones se las escucha en el lenguaje, en el psicoanálisis, de modo que al escucharlas se está en una musicalidad de la lengua, que es una especie de arte, si se quiere, pero al mismo tiempo está la dimensión que Freud denomina ciencia, que tiene en cuenta la psiquiatría, la neurología, y que requiere exactitud. Pero para mí, él ha creado una ciencia humana, que no tiene la misma cientificidad. Es una ética suspendida, entre paréntesis, que planea sobre cada ciencia y que no se guía por la preocupación de curar, no se va a curar a nadie. Freud ha dicho tres cosas para darnos puntos de referencia. “Donde ello era, yo debo advenir”; hay un malestar, yo quiero curar a alguien del malestar, pero quiero permitirle hacer su viaje hasta las fuentes, y luego nadaremos juntos para salir. Entonces, primera dirección: “Donde ‘ello’ era, ‘yo’ debo advenir”, es allí donde vamos a intervenir, es decir, en la transferencia. Yo nadaré con el paciente, regresaré con él, saldremos juntos. Esa es la ética de la interdependencia. Y otros dos principios: el principio del placer y el principio de realidad. No es necesario ceder en el placer, es necesario buscarlo, uno está aquí por su felicidad. Es algo que vuelve ahora. Usted sabrá, a los chalecos amarillos se les pregunta: “¿Pero qué es lo que ustedes quieren?”, y no saben demasiado, y es que, en definitiva, lo que uno quiere es vivir. Y ellos están felices cuando se encuentran en la vía pública, cuando hablan juntos, comen juntos, han creado nuevas comunidades. Hay una especie de intercomunicación que se da y que el sistema político ya no les brinda. Está el principio del placer; el analista intenta comprender en el paciente las fuentes más arcaicas, las más olvidadas, las más reprimidas, las más clivadas de placer y de deseo, y restituirlas. Tiene derecho. Lacan dijo: “No ceder en el deseo”, pero yo no digo eso, eso es un poco una invitación a la perversión. Por el contrario: principio de placer y principio de realidad. El principio de realidad devuelve al otro, a las reglas y a la manera propia de hacer ante las prohibiciones: recomponerlas, rechazarlas, pero jamás negarlas. Entonces, todo este sistema es extremadamente complejo, pero podemos aportar allí una respiración de la persona humana en un mundo que los últimos escritos de Freud han descrito como extremadamente angustiado; la sociedad se hará cada vez más aculturizada, cada vez más restrictiva; podemos verlo ya. Se cree que con la globalización todo está permitido, pero todo está permitido a la manera de Dostoievski, es decir, el asesinato, la violencia, esta permisión es extremadamente limitante también. No hay que contar con la sociedad para otorgar la libertad. La sociedad está para desarrollar la técnica, la reproducción artificial, que puede ayudar o no, pero en determinada magnitud, conduce a la robotización, a una suerte de transhumanismo. Son cosas que no podemos evitar; creo que la humanidad irá en esa dirección. El psicoanálisis está para permitir al animal hablante renovarse y conservar su singularidad, que es su libertad, comprendida en este sistema que será cada vez más restrictivo por ser cada vez más técnico.

¿Qué futuro avizora para el psicoanálisis?

Está en un camino difícil, porque hay muchas dificultades, hay limitaciones, un rechazo del psicoanálisis de parte del poder público, ignorancia y desconsideración. Y rechazo porque ya no está de moda, ya no es la moda, es una mala época para el psicoanálisis. Y, al mismo tiempo, veo en los coloquios en los que participo la investigación sobre la relación madre-hijo, situaciones límite como el trabajo sobre el autismo, labor a la que me dedico actualmente y que me ha interesado mucho, como le comentaba al hablar de los diferentes límite del aparato psíquico, de la necesidad antropológica de creer, universal, es decir, la necesidad del otro, la investidura del otro que recreamos en el pacto analítico: la gente está perdida, no cree en nadie. El pacto analítico es la única respuesta que damos por ahora a la necesidad de creer, sin necesidad de arrastrar a nadie hacia una secta o a una utilización política, porque está la disolución del vínculo analítico y la posibilidad de crear vínculos posteriores. Pienso que el fin del análisis es la posibilidad de crear vínculos, lo contrario de lo que hemos aprendido, incluso conservando en el ánimo el pacto analítico. Entonces, si tenemos esta capacidad de crear vínculos, en el psicoanálisis tenemos también la capacidad de deshacerlos y conservar una libertad.

Quisiera preguntarle algo. ¿Qué hizo Lacan cuando usted decidió tomar su camino, y no el indicado por él? ¿Qué sucedió entonces? Porque él era cercano a Philippe también…

Sí, Philippe continuó siguiendo a los lacanianos. Yo critiqué a Lacan porque hablaba del significante, y yo decía que el inconsciente no es el significante de la lingüística, sino el de la semiótica: hay signos que son cercanos a índices, las ecolalias, todo eso que tiene sentido, pero no significación. Él estaba fascinado por lo que yo había hecho, me había invitado a presentar mi trabajo en su seminario. Pensaba ir, pero estaba un poco angustiada, era una madre joven, no tenía la energía necesaria y le dije: “No puedo ir”. Me invitó a almorzar; en ese momento había ya tironeos en su escuela. Él había disuelto su escuela, o algo así, ya no recuerdo. Y me dijo: “Mire, usted no es para las escuelas”.

¡Ah! ¡Usted es una extranjera!

¡Exacto! ¡Hacer el camino propio! Hay algo que va en ese sentido. Una vez me invitaron a Nueva York, a un coloquio sobre psicoanálisis y lenguaje, nos habían invitado a Jacques-Alain Miller y a mí, y viajábamos juntos en el avión. Él estaba a mi lado, y en un momento dado me dijo: “Usted no se unió a nosotros, pero porque nos tenía miedo. Usted tenía miedo”. Son hipótesis. Yo decía: “No sé por qué vine, es así”, y él dijo: “Porque usted es una mística. Usted me desprecia porque yo soy… yo escribo los seminarios de Lacan, y no hago una obra personal. Y usted me desprecia”. Yo le dije: “¡No, Jacques-Alain, claro que no!”. En ese momento el avión entró en una turbulencia y el café se nos derramó encima, y él ni lo notó: “¡Usted lo sabe, usted se va a morir, Julia! Y va a necesitar a alguien que haga su obra, no me desprecie”. Yo dije, riendo: “¡Pero no, mire! Los dos nos vamos a morir, ¡yo no tengo necesidad de alguien que haga mi obra! ¡Me importa un carajo!”. Él estaba tomado por esa idea de la perpetuidad de Lacan y pensaba que aportaba a su eternidad. Yo creo que somos efímeros, pero pienso que el psicoanálisis es verdadero. De todos los discursos que existen hoy, el único que le habla a la transformabilidad del aparato psíquico, a la supervivencia del individuo, de la persona humana, es el psicoanálisis.Se intenta hacer sobrevivir a las personas, y se lo logra, en los mejores casos.

¿Y por qué decidió permanecer en la IPA7?

Porque es el lugar más polifónico, el menos dogmático. Y no quiero entrar en la administración, entrar en las guerras de unos y otros. Cuando no se está dentro, cuando una no hace su trabajo dentro de la máquina política del aparato, porque todas las organizaciones terminan por ser partidos, cuando no se entra allí, una hace su trabajo de analista, y yo tengo la oportunidad de poder escribirlo.

No hay tantos psicoanalistas que sean también intelectuales con un lugar importante en su comunidad…

En primer lugar, lamento que el psicoanálisis haya dejado la universidad. Las diferentes organizaciones psicoanalíticas no han podido, no han querido trabajar sus discursos de manera tal que no sean solamente técnicos y clínicos, sino que abarquen la diversidad de la creación humana, la literatura, la música, el cine, incluso la política, y, a partir de allí, integrar la universidad, mantener contacto con los jóvenes. Entonces, ese fue el gran error de los aparatos políticos del psicoanálisis, de los que dirigen el movimiento. De una cierta manera, mis libros se leen, pero no hay mucha gente como yo. Creo que, si quiere sobrevivir, el psicoanálisis no debe abandonar la universidad; así como en la educación, en la difusión del saber debe incluirse el psicoanálisis. Y también, intentar hallarse en los lugares de la sociedad, que son los lugares neurálgicos, los lugares que muestran lo insostenible de la vida social, de las innovaciones y los síntomas, diremos. Hablo de la religión. He hecho un libro que se llama Esa increíble necesidad de creer [This incredible need to believe],que era uno de mis seminarios en París VII, que trasladé al Hospital Cochin, a la sección de adolescentes, que se convirtió en un hogar de adolescentes, donde se recibe a adolescentes suicidas, anoréxicos, los que cometen crímenes diversos, muy distintos, drogados, todo eso. Y ahora se recibe a los radicalizados, a los que se van, a las chicas que se cubren con una burka y a los chicos que se convierten, que hacen…, bien, que se meten en el tráfico de armas y se unen al ISIS, y entonces yo trasladé mi seminario sobre la necesidad de creer para brindarlo al equipo terapéutico del hospital. No pienso que todo el mundo tenga que hacer lo mismo, pero descubrí que, según mis intereses, puedo llevar una palabra analítica a ese lugar, con la necesidad de creer de los adolescentes, los ideales que no llegamos a satisfacer, el homoerotismo de los estudiantes, de los adolescentes, la erotización del asesinato, de la violencia, se hacen héroes cortando cabezas, la psicosexualidad del adolescente que los terapeutas no conocen. En primer lugar, no conocen el discurso freudiano, no conocen las religiones, tampoco; hemos invitado a representantes de rabinos, que son un poco abiertos, a imanes abiertos, a personas católicas, y que así pueden hablar de diferentes creencias… Es que, ¿sabe qué pasa?, cuando nos llevan a algún adolescente del conurbano de origen musulmán, aunque siempre es difícil, se busca que tenga una psicoterapia, y si acepta, se le dice: “Usted podría hacer psicoterapia con el Sr. Cohen”, y entonces responde: “No, no, no voy a ir a lo del Sr. Cohen”. Es que hay mucho antisemitismo en Francia, sobre todo en los barrios extremadamente populosos, y la gente, los psicólogos que están allí, se ven desprotegidos, no saben qué hacer. Yo les dije “Muy bien”, y decidimos hacer un grupo, un equipo intercultural e interreligioso, que reciba a los adolescentes. Allí comienzan a hablar de su religión, comentan que el bar mitzvá se hace de una manera entre los judíos y de otra entre otros, se intenta hacer un trabajo que no fue previsto por Freud, pero que pasa por ese diálogo intercultural, interreligioso, y poco a poco se va ganando confianza, se establece una transferencia con uno de los intervinientes, psicólogo o sociólogo, y luego de ello puede hacerse una verdadera psicoterapia. Pero se pasa por diferentes niveles. Hay que aceptar que el psicoanálisis se adapte a la neurosis y al síntoma, y acepte las etapas de su pureza antes de llegar a una psicoterapia analítica o a un psicoanálisis.

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Notas

Notas
1 Entrevista realizada en París, el 6 de abril de 2019, por Mariano Horenstein.
2 Je me voyage: Mémoires. Entretiens avec Samuel Dock (Kristeva, 2016).
3 Les samouraïs (Kristeva, 1983/1992).
4 N. del T.: En francés, mèrees “madre”, por lo que el término podría traducirse como madreversión, aunque se pierde el juego fónico entre mère y per, sufijo de la palabra perversión, que además suena como père, “padre”.
5 Pouvoirs de l’horreur:Essai sur l’abjection (Kristeva, 1980) e Histoires d’amour (Kristeva, 1983).
6, 7 El texto preparatorio de esta conferencia se encuentra publicado en este número de Calibán, como uno de los editoriales.

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