Fernando Urribarri1

Mi visión del pensamiento de Madé Baranger está marcada por más de diez años compartidos en el Espacio André Green de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) ‒un grupo de estudio e investigación sobre la obra del autor de Locuras privadas‒ que dirigí desde su fundación, en el año 2000, contando con el propio André como consejero.

Para mi sorpresa, Madé ‒que con ochenta años ya era una leyenda‒ asistió a la primera reunión. Un poco antes de comenzar me comentó que ya había organizado sus horarios para asistir a las reuniones. Le propuse que fuese codirectora del Espacio. Con sonrisa pícara respondió que solo quería disfrutar del pensar con otros en un ámbito horizontal. Insistí recordándole que Willy Baranger (1922-1994) y ella fueron quienes invitaron a Green por primera vez a nuestra institución ‒y a nuestro país‒ en los años setenta, propiciando un “retorno a Freud” pluralista, como parte fundamental de la reforma organizativa y científica que protagonizaron en APA. Entonces inventamos el título de Alma Mater, que fue como figuramos en cada información de las actividades del Espacio, iniciando una fructífera relación de amistad y trabajo marcada por su generosidad notable.

Historizar: Madé en su campo

Propondré una lectura histórica y conceptual de la obra de Madé ‒tanto aquella en coautoría con Willy, así como la firmada exclusivamente por ella‒ que ilumine su estatuto de figura pionera y autora clave del psicoanálisis contemporáneo sudamericano.

Lo contemporáneo en psicoanálisis no es un mero adjetivo, sinónimo de actual, es una categoría para definir, en la evolución de nuestra disciplina, una nueva etapa, un movimiento particular y un modelo teórico-clínico específico. Martin Berg- man (1999) y yo mismo (Urribarri, 2001) hemos señalado que es posible fechar convencionalmente el fin de “la era de las escuelas” (Mezan, 2016) y la emergencia de un modelo contemporáneo en el Congreso Internacional de Londres de 1975, particularmente en el debate acerca de las permanencias y los cambios en el psicoanálisis, que opuso a Leo Rangel y Anna Freud con André Green. En su ya clásica conferencia de Londres, “El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre analítico”, recogida en Locuras privadas, Green (1975/1990a) propone distinguir en la evolución histórica de la teoría y la práctica analítica tres grandes etapas a las que les corresponden tres modelos.

El primero es el modelo freudiano: la teoría se centra en el conflicto intrapsíquico entre la pulsión y las defensas; la clínica sitúa a los neuróticos como los casos paradigmáticos y la técnica se centra en la transferencia con base en el par asociación libre/atención flotante. Luego, desarrollando aspectos novedosos, surgen los modelo posfreudianos: el foco de la teoría se desplaza hacia el rol del objeto y del otro ‒en unas latitudes elucidado como relaciones de objeto, y en otras, a partir de la tópica intersubjetiva, en la constitución del sujeto del deseo‒; la psicosis constituye la nueva estructura de referencia y, consecuentemente, en la técnica se acentúa el rol del objeto, introduciéndose las nociones de contratransferencia y de deseo del analista.

Y, finalmente, el modelo contemporáneo, que construye una “nueva síntesis” (Kuhn, 1962/1967) metapsicológica que articula lo intrapsíquico y lo intersubjetivo con base en una teoría ampliada de la representación, en tanto proceso heterogéneo de creación o destrucción del sentido; en la clínica los casos límites son los nuevos pacientes paradigmáticos, y en la técnica se introducen las nociones de encuadre ‒externo e interno‒ y de campo dinámico, siendo ambos parte de un modelo tercia- rio, que “encuadra” la transferencia y la contratransferencia en la situación analítica, haciendo de los procesos terciarios del analista el núcleo de su pensamiento clínico. En este movimiento se inscriben Madé y Willy Baranger, cuyas obras contribuyeron al proceso colectivo de construcción de un paradigma contemporáneo, introduciendo una visión original de la situación analítica como campo dinámico, de la que se deriva una renovación de la técnica y de la teoría de la clínica.

Una psicoanalista argentina llamada Madeleine

Existe un consenso internacional acerca de la originalidad e importancia de la conceptualización del campo analítico hecha por los Baranger en los artículos reunidos en su libro seminal Problemas del campo psicoanalítico (1969c). Esta obra se inscribe en la mejor tradición del movimiento psicoanalítico argentino y rioplatense, en el que se formaron y donde produjeron sus desarrollos. Numerosas lecturas recientes ignoran este pujante contexto e injertan sus originales desarrollos en alguna variante del poskleinismo, ignorando la innovación de estas ideas respecto del modelo kleiniano y desconociendo su evolución freudiana pluralista.

E. Roudinesco (2019) ha señalado que uno de los méritos de los fundadores de APA, en 1942, fue que “en lugar de reproducir las jerarquías de las sociedades europeas y norteamericanas, en las que domina la relación maestro/discípulo, los pioneros argentinos crean una República de iguales” (p. 76). Su éxito se debió también a la creación de una inédita matriz analítica heterodoxa: freudiana2, pluralista3, extendida4 y comprometida5.

Los Baranger continúan y renuevan esta matriz. Por un lado, en la introducción de su libro reivindican el pluralismo, reconociendo como sus maestros a Freud, Klein y Lacan; por el otro, se inscriben en la corriente argentina que investiga la técnica analítica, en la que ellos destacan los aportes de H. Racker sobre la contra- transferencia, de Álvarez de Toledo ‒la analista de Madé‒ sobre el lenguaje en la sesión analítica y, especialmente, de Pichon-Rivière ‒analista de Willy y maestro de ambos‒ sobre la relación estructural entre psicología individual y psicología social, sobre el vínculo (en las dimensiones intra, inter y transubjetivos), sobre la técnica de trabajo con grupos y sobre el abordaje de la sesión analítica como unidad u objeto de estudio, así como sobre la comprensión del proceso analítico como “espiral dialéctica”. También reconocen la importancia del diálogo intergeneracional con analistas que trabajan temas afines, como L. Grinberg, D. García Reynoso y J. Bleger, cuyo artículo “Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico” (1969) compone, junto con “El campo analítico como situación dinámica” de los Baranger (W. Baranger y M. Baranger, 1969a) un díptico históricamente innovador.

Con el advenimiento de una segunda camada de analistas, el discurso kleiniano se hizo hegemónico en APA a mediados de los años cincuenta. Nuestros autores se formaron en dicho contexto, y sus investigaciones lo cuestionan inicialmente “desde adentro”, buscando hacerlo avanzar y superar sus limitaciones. Sin intención polémica, pero con espíritu heterodoxo, se ven llevados a criticar ‒y, finalmente, a romper con‒ el modelo kleiniano, superando el entendimiento de la situación y el proceso analítico a la interacción del par transferencia / contratransferencia, asociada a los mecanismos de identificación proyectiva y contraidentificación proyectiva.

El campo dinámico, una estructura terciaria

Los Baranger conciben el campo analítico como una creación que emerge de la relación singular de cada paciente con su analista. El campo es más que la suma de sus partes, de la adición de la transferencia y la contratransferencia, es una totalidad estructurada que determina a ambas y a las relaciones posibles entre ellas. Su estructura terciaria es producto de tres estructuras combinadas: la del encuadre (contrato y regla fundamental), la del discurso asociativo y dialógico, y la de la fantasía inconsciente de pareja como emergente de la relación.

La estructura dinámica del campo está constituida por la “fantasía del campo” o “fantasía de la pareja analítica”, coconstruida inconscientemente por el paciente y el analista. La fantasía del campo es una fantasía de la pareja analítica en dos sentidos: es, primero, producto de esa pareja, y, después, se refiere a la pareja. Aunque la situación material es de dos personas, “se introduce desde el inicio el tercero presente-ausente, reproduciéndose así el triángulo edípico ‘nodular del las neurosis’. […] en todo caso el triángulo es la situación central a partir de la cual se estructuran las demás” (p. 102).

La conceptualización de la posición del analista es llevada más allá de la metáfora freudiana del uso de su inconsciente para captar el del paciente, y más allá también de la versión kleiniana de la contratransferencia como recepción de las proyecciones del analizante. Aquí se sostiene que el analista participa con su cuerpo, su historia y su inconsciente en la creación de la fantasía de campo, en su guión y su distribución de roles, y, más aun: que esta participación no es un simple error, un desvío de su función, sino que es tan estructuralmente inevitable cuanto necesaria a su función analítica.

Los bloqueos del proceso son explicados por la rigidez repetitiva de la fantasía del campo, que deviene un “baluarte” resistencial que fija a paciente y analista en determinados roles imaginarios. El baluarte ‒en su formulación inicial de 1961‒ es atribuido al interjuego del mecanismo de identificación proyectiva, y el avance del proceso analítico depende del reconocimiento, análisis y disolución de dicho baluarte. Este abordaje requiere de la implementación de una “segunda mirada” ‒o “mirada de segundo grado”‒ en la que el analista enfoca los conflictos del campo, que lo incluyen, y no solo la problemática del analizante. A los aportes técnicos freudianos y posfreudianos del análisis de la transferencia del paciente y de la decodificación de la contratransferencia del analista, respectivamente, se agrega esta tercera dimensión de la disolución del baluarte en el que la pareja analítica está implicada.

La asimetría formal y funcional entre paciente y analista sigue vigente, pero se profundiza la elucidación del rol inconsciente ‒tanto pasivo como activo‒ que juega el analista en el proceso. La tarea del analista es dejarse involucrar en la fantasmática del paciente para luego ayudarlo a salir de su trama inconsciente repetitiva.

El insight analítico específico es el proceso de comprensión conjunta por analista y analizando de un aspecto inconsciente del campo, que permite superar el aspecto patológico actual de éste y rescatar las respectivas partes involucradas. (W. Baranger y M. Baranger, 1969b, p. 126)

La función del analista es dejarse involucrar ‒en parte, controlando su regresión‒ en un proceso patológico específico del campo […] pero también tratar de rescatarse y rescatar al analizado en cuanto ambos se encuentran involucrados en un mismo drama. El doble rescate no puede tener lugar sino por la interpretación. El entrenamiento del analista está esencialmente destinado a permitirle este dejarse involucrar en la patología del campo y a proporcionarle los instrumentos para elaborarlos. (p. 132)

Varios cambios significativos se suceden: el criterio de analizabilidad deja de estar basado en el diagnóstico del paciente y pasa a definirse por la posibilidad (o no) de establecer una relación analítica para un analizante concreto con un analista concreto.

En cuanto a la temporalidad, la situación analítica deja de ser vista como esencialmente regresiva ‒Madé realiza una crítica rigurosa de la confusión entre la regresión propia del enfermar y la regresión propia de la transferencia, condensadas en la doxa kleiniana según la cual “el análisis es un proceso regresivo” (Baranger, 1960, p. 149)‒, profundizando las ideas de Pichon-Rivière que conciben al tratamiento como un “proceso en espiral”, expresión de una dialéctica entre pasado, presente y futuro que define la historia (y la historicidad inherente) del análisis. Para recuperar una temporalidad abierta y superar el presentismo del aquí-ahora-conmigo que define la interpretación kleiniana de la transferencia ‒cuya versión mecánica deviene una suerte de traducción simultánea‒, se propone su articulación con el en otros lugares / en otros tiempos / con otros.

También la situación analítica es entendida como situación experimental (un como sí) en el que el analista es una persona real, pero ‒transferencia mediante‒ puede representar diversos personajes. Su estatuto intermedio resulta vía regia de acceso para un abordaje interpretativo y no invasivo de las fantasías transferenciales. La fantasía del campo es “transaccional”, se sitúa en ‒y articula‒ el “entre”: entre realidad psíquica y realidad social, entre la subjetividad del analizante y la del analista en la intersección donde se anuda la relación analítica, entre fantasma transferencial y fantasías contratransferenciales.

Esta dimensión intermediaria modifica la concepción del insight ‒en tanto transformacional‒: “lo que se ve afuera en esta situación experimental, reintroyectado, se transforma en ‘visión’ interna en el insight” (W. Baranger y M. Baranger, 1969b, p. 137). Cabe pensar que en el contexto de la evolución de la técnica ‒desde el foco en la transferencia como fenómeno intrapsíquico hacia el campo intersubjetivo‒, la noción de fantasía del campo juega un rol equivalente a la noción de neurosis de transferencia ‒en tanto formación artificial, por cuya mediación es posible la deconstrucción de la neurosis personal.

Otro significativo aporte realizado por Madé (Baranger, 1956) asevera que la fantasía del campo se funda, a nivel inconsciente, por la convergencia de las “fantasías de enfermedad y de curación” (p. 49) del paciente y del analista; ambos tienen deseos y temores acerca del tratamiento analítico. Esta fantasía relacional inicial, constitutiva, soporta todas las variaciones y reconfiguraciones propias del proceso, y constituye la matriz de las “fantasías de pareja”, clave del nuevo criterio de analizabilidad. La concepción de la fantasía de campo se inspira en parte en la idea de W. Bion sobre los supuestos básicos grupales, fantasías que organizan la distribución de roles en el funcionamiento de los grupos. Por otra parte, en diversas comunicaciones ‒públicas y privadas‒, Madé comentó que la idea de la fantasía de pareja surgió de su experiencia con pacientes psicóticos en el hospital psiquiátrico Viladerbó de Montevideo, ciudad donde vivió diez años.

En la historia de la técnica analítica, el progreso es generalmente el resultado del descubrimiento de un obstáculo que, dialécticamente, es elucidado y transformado en una nueva herramienta, y así ocurrió inicialmente con la transferencia, luego con la contratransferencia y ahora con la noción de campo analítico. De este modo, nuestros autores aportan a la constitución de un pensamiento clínico terciario, basado en un modelo triádico transferencia/contratransferencia/situación analítica. El campo como objeto del análisis es un objeto tercero, y la fantasía del campo, situada en el espacio “entre” ambos, en una dimensión espacial y temporal, “transaccional”, tercera.

Notas

Notas
1 Asociación Psicoanalítica Argentina.
2 Representado por Ángel Garma, formado en el Instituto de Berlín en los años veinte, analizado de Theodor Reik ‒el analista profano defendido por Freud en su clásico artículo‒ y que mantuvo correspondencia Freud acerca de la teoría del sueño.
3 En su primer número, de 1943, la Revista de Psicoanálisis publicó artículos de analistas norteamericanos e ingleses, así como también sobre mitología latinoamericana.
4 El tratamiento de niños y adolescentes (Aberastury), de psicóticos (Pichon-Rivière) y de pacientes psicosomáticos (Garma, Rascovsky) eran extensiones o variaciones del método ortodoxo.
5 Comprometida con la difusión del discurso psicoanalítico en la cultura, en su posicionamiento en el campo social, desarrollando una singular modalidad de asumir la relación analítica dentro y fuera del consultorio. Por ejemplo, en 1956 A. Rascovsky y A. Garma organizan un congreso iberoamericano de psicosomática que revoluciona el ambiente médico y, por su parte, Pichon-Rivière milita a contrapelo del poder asilar en el hospital psiquiátrico, dando la palabra a los locos y creando dispositivos grupales.

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